¿El fracaso de la Izquierda?

Juan Pablo Cárdenas S. | Miércoles 14 de agosto 2019

La historia de la evolución de la humanidad se vincula inexorablemente a la existencia de líderes extraordinarios que impulsan las transformaciones. Estos conductores han sido reconocidos de diversas maneras, pero se trata de los libertadores, revolucionarios, progresistas y, desde luego, de los izquierdistas. En los últimos cien o doscientos años es la Izquierda, precisamente, la que ha impulsado la independencia de las naciones, la justicia social, el reconocimiento de la igualdad y los DDHH, de la misma forma en que se asume que las derechas son retardatarias, amigas de que la historia no se mueva y persistan lacras tan horribles como las de la esclavitud, la discriminación racial y la concentración económica en muy pocas manos.

Gobernantes y activistas de izquierda han pagado muchos costos por promover la dignidad humana y de los pueblos. De ello habla el heroísmo de nuestros padres fundadores, de un Nelson Mandela, Fidel Castro, Martin Luther King, Salvador Allende, Ghandi y tantos otros. También los que se alzaron contra las monarquías, el apartheid y tantos otros héroes y mártires. Desde el mismo fundador del Cristianismo, hasta un Martín Lutero y Carlos Marx , como tantos otros reformadores religiosos, filósofos y sindicalistas. Y hasta santos como nuestro Clotario Blest y Alberto Hurtado.

En la lucha contra la opresión de las dictaduras militares, nuestro país reconoce a centenares y miles de combatientes de izquierda que desgraciadamente compartirán su buen nombre y sacrificio con la mala fama de sus verdugos; es decir de Pinochet y los más espeluznantes criminales que lo secundaron. Hasta un Donald Trump y otros gobernantes desquiciados todavía vivos.

Que la izquierda ha fracasado muchas veces es indudable, pero en la mayoría de los casos ha sido acribillada por las armas de la conspiración y represión conservadora de lo cual tan certeramente habla el bombardeo de nuestro Palacio Presidencial en 1973. Proyectos que seguramente quedaron truncos, pero que en todo caso fueron capaces de sembrar semillas y esperanzas como aquel Sueño de Bolívar vigente hasta nuestros días, así como los innegables avances plasmados en la Carta de los DDHH de las Naciones Unidas, la legislación Internacional y hasta los mismos avances en materia laboral forjados en Chile por los gobiernos derechistas. Como ayer la propia nacionalización del cobre y la Reforma Agraria que forzaron hasta a las propias bancadas reaccionarias a votarla a favor para no quedarse en la vereda de nuestra historia.

La Izquierda no necesita necesariamente estar en el gobierno o el poder para forjar los cambios. Muchas veces su contribución ha sido más determinante en la calle y en las movilizaciones sociales e, incluso, en las guerras y guerrillas de liberación. No hay duda que el pensamiento que prospera es el que encanta a los jóvenes y los pueblos, el de los grandes transformadores y no el de los burócratas y administradores que pululan en la política competitiva, los parlamentos y las entidades financieras internacionales.

Al capitalismo tuvieron que bautizarlo de neoliberalismo para embaucar a nuestras naciones. Pero hoy, asumirse como tal constituye un completo desprestigio después de que éste vino a profundizar las desigualdades, burlar los derechos del pueblo y rematar a precio vil nuestros recursos naturales y medio ambiente a las empresas transnacionales. Porque este es sin duda su legado, además de sus conocidos los crímenes contra los disidentes y ahora contra los cientos de miles de chilenos que mueren, por ejemplo, en las listas de espera de los hospitales o a la espera de un salario o jubilación digna.

Las ideas de izquierda no fracasan, sino siembran nuevas esperanzas. Son las de la derecha las que son arreciadas por los torbellinos sociales. Es cosa de mirar a Chile, a nuestro continente y al mundo en general; incluso a los Estados Unidos y a las ricas naciones europeas que ya no hayan qué hacer para mantener su hegemonía mundial y continuar desbaratándose en la política. Allí es donde se puede comprobar ahora el fracaso del libre comercio que tanto proclamaron las potencias mundiales y que hoy traicionan para impedir el avance de las naciones emergentes. Así como el auge del narcotráfico y otras lacras estimuladas por el consumismo desbocado que también propiciaron a expensa de la salud de un planeta ciertamente en peligro severo de extinción.

Lo que pasa es que la derecha también tiene sus “cómplices pasivos”, como las Fuerzas Armadas, las clases patronales y, desde hace un tiempo, la defección de muchos izquierdistas que llegaron a La Moneda, por ejemplo, gracias al régimen institucional vigente, el sistema binominal electoral y los vicios propios de una política que se alimenta en la falta de diversidad informativa, el cohecho y el fraude. Un fenómeno que llevara a los gobiernos de la Concertación y de la Nueva Mayoría a oficiar como los grandes cancerberos de la herencia pinochetista. Seducidos por las lisonjas empresariales, los medios de comunicación más retardatarios y toda esa suerte de tentaciones para corromperse en el poder, enriquecerse personalmente y, consecuentemente, renegar de su propio pasado. Revolucionarios de antaño devenidos en social demócratas que ni siquiera han tenido compasión con los centenares de combatientes que por ellos murieron en la ilusión democrática. Incluso, jóvenes promesas de la lucha estudiantil que ahora se muestran más interesados en develar y deslindarse de las derrotas de la izquierda, que evidenciar las de la derecha. Afán que les permite ganar tribuna en los medios de comunicación más abominables, como espacio en la farándula televisiva para hacerse eco de las injurias contra Venezuela, Cuba y otros países sin mención a los horrores sostenidos en Colombia, Brasil y otras naciones en manos de los ultraderechistas.

En varios casos fue más fácil regalarles cargos y dietas a los rebeldes dentro del sistema que fustigarlos ideológicamente o reprimirlos en las anchas avenidas. Pero, felizmente, las verdades empiezan a develarse: no hay para qué convencer a los chilenos del fracaso de la derecha y de la traición de quienes se convirtieron en aliados del mismo sistema que tratan de perpetuar, aunque por razones electorales simulen diferencia con el gobierno de Piñera y los partidos oficialistas. Es cosa de apreciar las asimetrías de nuestro ingreso nacional o percibir el portonazo cotidiano de las instituciones previsionales, de la salud y la educación a los más pobres e indigentes. Observar el fracaso, también, de los esfuerzos oficiales y policiales en la lucha contra la delincuencia, la que ciertamente crece como verdaderos hongos en el desencanto de las poblaciones afligidas. Mirar, recién, el resultado de las elecciones primarias argentinas para comprobar el desmoronamiento ideológico de la derecha.

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