Juan Pablo Cárdenas S. | Jueves 4 de julio 2019
Se dice que una de las características de la democracia es la alternancia en el poder, esto es que las distintas expresiones políticas puedan acceder al Ejecutivo y en otros períodos solo se conformen con ejercer una oposición, ojalá constructiva, al gobierno de sus adversarios. Sin duda que esta alternancia no basta para considerar a un régimen como “democrático”, si es que no existen también diversidad informativa, la plena independencia de los poderes del estado y un voto ciudadano verdaderamente libre e informado, entre otras varias exigencias.
Ciertamente, en Chile esta alternancia está plenamente vigente. Además de las administraciones de la Concertación y la Nueva Mayoría, la derecha propiamente tal ha accedido en estos últimos años a La Moneda en dos oportunidades, lo que le permite a muchos asegurar que nuestra transición a la democracia es un fenómeno ya culminado, aunque todavía nos rija la Constitución de Pinochet, un régimen autoritario, así como se mantenga una profunda desigualdad económica y social en la población.
Pero que unos y otros se alternen en el gobierno lo cierto es que ocasiona muchas paradojas y hasta miserias. Se puede apreciar en estos meses cómo los que tuvieron la oportunidad de gobernar por varias décadas, una vez en la oposición se ponen a golpear la mesa exigiendo reformas que nunca emprendieron cuando tuvieron la mejor posibilidad de implementarlas. Tal como han surgido expresiones de ultraderecha o del pinochetismo que, en su desfachatez, acusan a la administración actual de estar cediendo muy dócilmente a las demandas de la autodenominada centro izquierda.
El impulso, por ejemplo, que La Moneda le está dando a la reforma tributaria o a la previsional, en su empeño de “igualar la cancha” a favor del acceso a la salud, la educación y otros derechos universalmente reconocido posiblemente le asegure a la derecha instalar a un sucesor de Piñera en el Ejecutivo y, por qué no, mejorar su representación en el Congreso Nacional, donde por ahora la derecha continúa en minoría.
De esta forma es que a cada rato, y hasta con repugnancia, observamos en la oposición exigencias verdaderamente escandalosas si se considera la total negativa de estos sectores a concretarlas cuando fueron gobierno. Una de ellas es el pago a la deuda histórica de los profesores, demanda que viene desde la Dictadura y la cual fuera desestimada por todos los gobiernos que le sucedieron. Los pensionados, igualmente, son testigos de cómo se les hizo un verdadero desaire a la reformas impulsadas por NO+AFP, frustración que se repite en los estudiantes y las múltiples organizaciones de trabajadores que hoy van a la huelga, incluso, en la esperanza que sea un gobierno de derecha el que paradojalmente pueda satisfacer sus aspiraciones.
El populismo podríamos decir campea en los planteamientos de varios partidos y bancadas parlamentarias, aunque la posibilidad de que sus promesas sean confiadas por el pueblo es algo todavía muy difícil, habida los reiterados desengaños y la posibilidad de que quienes gobiernan actualmente sean los que implementen algunos cambios, aunque sin alterar el régimen neoliberal que todavía campea en nuestra economía. Hasta en materia de DDHH hay quienes aseguran que la sensibilidad de la derecha se ha demostrado algo mejor que la de quienes desde La Moneda les dieron constantes portazos a los familiares de los detenidos desaparecidos y las organizaciones de presos políticos. Y solo se acotaron a esa “justicia en la medida de lo posible” advertida por el Presidente Aylwin.
A ratos parece que el tango Cambalache se ha instalado como himno oficial de nuestra política. Muchas veces apreciamos que no hay diferencia entre las promesas de la centro derecha y la centro izquierda, en lo que a menudo se podría también incluir a dirigentes de la sectores más vanguardistas. Este tiempo ha sido, como sabemos, el de la drástica mutación ideológica de algunos furibundos izquierdistas de antaño, lo que seguramente se expresa en el quiebre interno de los socialistas y demócrata cristianos, fenómeno que tiene muy a maltraer la posibilidad de un amplio pacto para enfrentar los próximos desafíos electorales. A la vez que los “republicanos” de José Antonio Kast (que todavía alaba el régimen militar) podrían desertar del apoyo que a regañadientes le dieron a Piñera para ser reelegido.
Esta alternancia política tiene efectos, también, en la conducta de las organizaciones sindicales y gremiales. Para la CUT, el Colegio de Profesores y otras entidades es distinta la actitud que asumen si los partidos en que militan sus dirigentes están o no en La Moneda. Ya observamos en el pasado cómo se atenuaron las demandas salariales y los reajustes de sueldos concedidos por el bacheletismo, cuando comunistas, socialistas, pepedés, radicales y demócrata cristianos estaban gobernando. Así como existen dirigentes empresariales que en público o privado aseguran preferible para sus intereses que no gobierne la Derecha. Lo que nos hace recordar esta sentencia del recién fallecido senador Carlos Altamirano, cuando proclamó que Ricardo Lagos había hecho “el mejor gobierno de derecha de nuestra historia”.
Pero más allá de lo que se dice y cumple desde el gobierno o la oposición, lo cierto es que lo más característico de la política chilena ha sido la metamorfosis de sus protagonistas, lo que ha tenido como consecuencia –nos guste o no- la verdadera fusión ideológica de los partidos organizaciones sociales. Salvo algunas expresiones de ultra izquierda o ultraderecha, casi todos los actores han ido confluyendo hacia el centro, acotándose a la moda del liberalismo y una casi idéntica visión de las cosas. Ya no hay quienes postulen una revolución, por moderada que se proponga ser; ya nadie, tampoco, se atreve a defender desembozadamente a Pinochet. Así como en materia internacional lo que predomina es la facilidad en que unos y otros se tragan las campañas de desinformación propiciadas por Trump, sus aliados y voceros comunicacionales nacionales y extranjeros. Aunque, por supuesto, existan todavía analistas y activistas informados y perseverantes a los cuales la televisión y los grandes medios no les dan cobertura. Una lacra cultural que mucho se explica, ciertamente, en los pobres recursos y la alta ignorancia de muchos comunicadores, para los cuales resulta más barato en su quehacer importar las mentiras o fake news fabricados desde la OEA, el Departamento de Estado y los países ansiosos de petróleo.
Se dice que el oportunismo y el transformismo son fenómenos universales, un “mal de muchos”, así como la corrupción política y la apatía ciudadana. De todas maneras, en Chile debemos lamentarnos mucho más todavía del escandaloso derrumbe ideológico cuando miramos a nuestro pasado, a los grandes arquetipos propiciados por servidores públicos de alta solvencia moral como el mismo Allende, Frei Moltalva y tantos otros líderes políticos, morales y religiosos que el país tuvo la suerte de tener. O si consideramos el horroroso quiebre institucional de 1973 y su grave costo en vidas y esperanzas. Si recordamos, así mismo, la lúcida heroica lucha que por generaciones acometieron las organizaciones laborales, de los estudiantes y las víctimas de la discriminación social.
Cuando claramente existen tantas necesidades urgentes y aplazadas en uno de los países más desiguales de la Tierra. Pese a lo que dicen nuestros presuntuosos políticos.