Juan Pablo Cárdenas S. | Jueves 27 de junio 2019
Pocas veces he repudiado a los que se cambian de bando político o se desencantan de la política. Siempre puede haber razones para evolucionar o rebobinar, pero creo que para todo en la vida hay que tener estilo y oportunidad.
Oscar Guillermo Garretón ciertamente debió haber abandonado el Partido Socialista apenas regresó a Chile después de su exilio, pero era hora de sacarle dividendo a su diáspora y prefirió seguir militando en la colectividad de Allende hasta hace pocos días. Ya camino a sus 80 años debe asumir que le será difícil obtener algún cargo público, además de que se sospecha ha acaudalado una más que suficiente fortuna, por lo que no debe necesitar de nuevos cargos políticos. Salvo la posibilidad de que se le asigne alguna embajada, medalla que en Chile constituye una de las últimas charreteras civiles del llamado “servicio público”.
Aunque lo divisé en mis tiempos de universitario como uno de los más vociferantes izquierdistas, recién lo llegué a conocer en La Habana, donde se había instalado con camas y petacas como exiliado. Mal que mal, fue reconocido por la Dictadura Militar como uno de los más peligrosos enemigos y justo entonces el privilegio de ser acogido solidariamente por Fidel Castro. El había fundado el MAPU, partido vanguardista que se escindiera de la Democracia Cristiana para pasar a formar parte rápidamente del gobierno de la Unidad Popular. Dicho sea de paso, esta entidad a poco andar se escindió y don Oscar Guillermo Garretón se puso a la cabeza de la fracción más rebelde o termocéfala, a la que le desagradaba, por supuesto, la revolución burguesa “con vino y empanadas” propiciada por el extinto Presidente. Por lo mismo, fue uno de los hombres más buscados por la Dictadura y su rostro apareció junto al de Carlos Altamirano y otros dirigentes izquierdistas en las portadas de El Mercurio, matutino que entonces propiciaba rabiosamente estas cacerías políticas.
Ya antes de volver al país, su conducta era muy cuestionada por las organizaciones disidentes de la Dictadura. Precisamente en Buenos Aires, a donde se trasladó, se le observó sacudiéndose de todo vestigio izquierdista , como de su innegable responsabilidad de haber animado, al igual que otros dirigentes, a no pocos jóvenes a retornar clandestinamente al país, muchos de los cuales fatalmente perdieron sus vidas, fueron encarcelados y torturados. Para posteriormente ser sepultados por la indiferencia de sus mentores apoltronados en el poder.
Ya a esta altura, el propósito de Garretón era mutarse en empresario. Lo que consiguió a lo largo de muchos años de obsecuencia ante el poder patronal, y pese a ser arrestado por largos meses en la Cárcel de Valparaíso, procesado por su presunta conspiración con otros dirigentes políticos y personal de la Armada en plena Unidad Popular. Una típica manifestación del “infantilismo revolucionario” que le cobró un alto precio a la solvencia democrática de Allende y le diera “argumentos” a la asonada militar de septiembre de 1973. En este presidio es que volví a verlo y ser acogido por la hospitalidad de los presos más antiguos como él, pero allí no alcancé a darme cuenta de cuánto habrían cambiado sus convicciones. La rutina allí era la de comer, respirar y pelear con los abogados para que nos excarcelaran lo antes posible.
Seguramente este transformismo ideológico de Garretón estuvo acicateado por su relación sentimental con una destacada periodista de derecha y vinculada al diario de Agustín Edwards. A través de las columnas que este periódico y La Tercera le publican constantemente hemos podido comprobar su realineamiento político, coincidente con que nunca en todo este tiempo fuera visto en las tupidas manifestaciones callejeras, en la Villa Grimaldi y otros centros que honran la memoria de los combatientes que cayeron o fueron sometidos a tantos tormentos.
Finalmente, después de librarse del prescrito juicio por sedición siguió el camino de otros mapus y ex socialistas que se encumbraron en los cargos públicos y, más temprano que tarde, terminaron asesorando e intentando sus primeros negocios de la mano de aquellos poderosos empresarios que los recibieron como verdaderos hijos pródigos.
Por tercera vez, tuve la oportunidad de estar con él en el directorio de una editorial de derecha, de la cual alcancé a formar parte en la promesa de que se trataría de un esfuerzo ecuménico y tolerante. Pero este esfuerzo editorial se hizo humo en muy poco tiempo, pero lo importante es que allí, ante mi estupor y el de otras personas, oí a Garretón asegurar que las Fuerzas Armadas eran la columna vertebral de la historia republicana de Chile. Eso me convenció de no continuar en la Editorial y nunca más volví a ver al ex cabecilla del Mapu y ahora ex socialista. Salvo observarlo años atrás en una Ceremonia en el Salón de Honor de la Universidad Católica de Chile del brazo, ciertamente, de su nueva pareja.
En un excelente libro de Mónica Echeverría se detalla la trayectoria de este tipo de jacobinos del pasado devenidos en prósperos empresarios y asesores. Nombres abundan, en realidad, entre los desertores, pero el caso de don Oscar Guillermo debe ser uno de los más repugnantes por su soberbia en extender su militancia en el socialismo y recién renunciar ahora con publicidad, bombos y platillos mercuriales y televisivos. Muchos se fueron calladitos de los diferentes partidos, seguramente en mérito de un mínimo pudor y respeto por el pasado que abrazaron. Como es el caso del mismo senador Carlos Altamirano Orrego, que sin renunciar al PS, tuvo el buen gusto de rechazar cargos y distinciones de parte de los gobiernos de la Concertación. En mérito, como se dice de una abierta y descarnada autocrítica.
Crisis en el Partido Socialista y otros referentes existen desde siempre y no descubrimos razón alguna para que recién ahora don Oscar Guillermo Garretón pueda fundar su desafección con el socialismo criollo. Producto de la misma confusión del PS, es que todavía existen en esta colectividad otros guarecidos oportunistas que podrían ser expulsados ejemplarmente de sus filas, si es que este partido quisiera limpiarse realmente y servir a la transparencia. Porque si de impunidades se habla, lo primero es reconocer la que favorece a tantos personajes que todavía pululan por los cargos públicos y reciben nuevos nombramientos en el extranjero, después de su enorme responsabilidad en el quiebre institucional, político y moral de nuestro país. Cuyas funestas consecuencias se extienden hasta hoy, con tan larga y desnaturalizada posdictadura.