Las ideologías de la integración y desintegración

Juan Pablo Cárdenas S. | Domingo 23 de junio 2019

No se trata necesariamente de izquierdas o derechas en cuanto al resultado actual de tantas naciones independientes y pretendidamente soberanas sobre la faz de la Tierra. Los ideales de la emancipación se relacionaron con luchas y líderes que comúnmente abrazaban las ideas progresistas de libertad, justicia social y respeto a los derechos humanos. Sin embargo, en el presente, no hay duda que algunas expresiones independentistas son impulsadas por fuerzas y caudillos de tosco nacionalismo y movidos por intereses económicos, es decir por quienes son parte de las fuerzas más reaccionarias del mundo.

Desde los inicios y hasta casi hasta terminar el siglo XX, los aires de integración, como el que diera origen a la Unión Soviética o al Mercado Común Europeo, fueron considerados expresión de un progresismo que, incluso, arrasó con las viejas monarquías, así como antes nuestros procesos independentistas respecto de España y Portugal fueron impulsados por esfuerzos y luchas que rápida y consecuentemente tomaron las banderas del republicanismo, el término de la opresión y el reconocimiento de la igualdad de derechos de toda la especie humana. Es decir, obedecieron a una ideología francamente revolucionaria o vanguardista para la época.

Más allá de la suerte posterior de estas gestas, parece no haber duda que la Revolución Rusa y la integración leninista de numerosas naciones explica mucho la consolidación de la Unión Soviética como una potencia mundial, así como en su momento la integración de casi medio centenar de estados norteamericanos explica buena parte de su actual poderío y hegemonía estadounidense, además de la superación del esclavismo y diversas otras formas de segregación.

Parece ser que la humanidad anda mejor sin guerras vecinales, sin ejércitos imperiales y con altos grados de colaboración mutua. El logro de integración muchos países europeos, así como el mismo sueño bolivariano, de verdad mantienen mucha vigencia, pese a las fuerzas centrífugas de los ingleses, la evidente descomposición de muchos acuerdos regionales y aquellas tensiones entre nuestros estados que favorecen, por cierto, a las grandes empresas transnacionales y a los países hegemónicos que fundan en gran parte su “prosperidad” en el negocio de las armas.

Cuesta concluir si el independentismo vasco y catalán, si la propia desintegración del mundo socialista, pueden ser auspiciosos realmente para los que los promueven. Da la impresión de que en todos estos fenómenos conviven ideas y movimientos muy disímiles, así como resulta muy difícil evaluar qué tendencias lograrán imponerse a la postre y si el costo que pueden significar en pérdida de vidas y destrucción material francamente las justifiquen. La certeza que hoy tenemos de la fragilidad de nuestro planeta y sus ecosistemas, de los ingentes recursos que se pierden en estos conflictos, cuando la tozudez de algunos países renuentes a aceptar como vecinos a árabes e israelíes parecen recomendar urgentemente los valores del diálogo y la tolerancia para la búsqueda del propósito más encomiable: la paz.

Resulta evidente que la emancipación africana y asiática que derivara en tanta dispersión de estados fue del todo razonable. Pero de lo que se trataba, sobre todo, era de expulsar de tales continentes a las potencias colonialistas, erradicar la explotación de mano de obra, como la abusiva expoliación de los recursos naturales de estos territorios. Creemos que no parece propicio valorar como positivo el surgimiento de tantas naciones que finalmente no han sido capaces de integrarse ni alcanzar satisfactorios logros en pos de su desarrollo. Así como tampoco existe hoy la convicción que las potencias colonialistas se hayan ido realmente y no estén ejerciendo ahora su hegemonía bajo los nombres de las empresas transnacionales e incursiones militares que, cuando se lo proponen, irrumpen en estas vastas extensiones.

Asimismo, tenemos resultados muy disímiles en la larga y justa lucha de los pueblos aborígenes de América. Hay países como Canadá, parcialmente México y otros que han resuelto bien y oportunamente las demandas indígenas, haciendo esfuerzos considerables por reconocer la diversidad de pueblos ancestrales que habitan de norte a sur, sus acerbos culturales y derechos de propiedad. Lo que pasó por aceptar, necesariamente, su dignidad, particularidades de vida y derechos humanos, sin perjuicio de que también se los instara al disfrute de la modernidad y los recursos del desarrollo educacional, científico y tecnológico.

Otra cosa es lo que sucede en Chile con la etnia mapuche, cuyas aspiraciones de autonomía y derechos culturales y económicos continúan conculcados. Al grado que la Araucanía está entre las regiones más atrasadas del país, y las tensiones y conflictos se han reinstalado en la zona con funestas consecuencias para todo el país. En este sentido, no tenemos duda que a nuestro Estado le ha faltado insensibilidad, realismo y una mínima capacidad de discurrir aciertos políticos.

Ello es lo que mejor explica, después de una espera más que centenaria que entre los mapuches prospere ahora la idea de su plena independencia de Chile y las ideas de su integración al país y pleno ejercicio de sus derechos cívicos o ciudadanos representen ahora las posiciones más conservadoras, y acaso minoritarias, dentro de esta guerra larvada. Como lo hemos dicho en otras oportunidades, lo cierto es que a nuestra política en éstas y tantas situaciones les ha faltado liderazgo y estadistas genuinos.

Creemos que habría sido perfectamente posible, a esta altura de nuestra evolución republicana, que tuviéramos a nuestro pueblo fundacional completamente integrado a una sola nación chilena, de no haber prevalecido la codicia y el menoscabo en relación a los mapuches. Como “los más pobres entre los pobres” del país, cada día se hace más difícil tal integración, sobre todo por la influencia que ejercen en la Araucanía los intereses de las grandes empresas forestales, pesqueras y mineras que no persiguen, ciertamente, el interés nacional, sino su propia satisfacción en el lucro y la inicua apropiación de nuestras reservas naturales. Y que, desde luego, tienen cooptada la política, las instituciones del Estado y los poderosos medios de comunicación.

En este caso, no cabe duda que la emancipación mapuche se ha consolidado como un ideal progresista o de izquierda enfrente de las fuerzas reaccionarias que aspiran al pleno sometimiento de una nación de perfiles muy definidos y cuyas demandas gozan de un creciente apoyo nacional que reconoce la justicia y dignidad de sus reivindicaciones. Además que empieza a asumir que más de dos tercios de nuestra población nacional étnicamente se nutren de la sangre y cultura de nuestro pueblo fundacional. Realidad que hace todavía más absurda y fratricida la represión policial y la impunidad de quienes a diario destruyen los asentamientos indígenas matan y encarcelan a sus líderes morales y combatientes.

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