La culpa es de los partidos

Juan Pablo Cárdenas S. | Lunes 10 de junio 2019

Al menos en dos oportunidades hemos visto ufanarse a un conocido opinólogo por lo que estima un alto compromiso ciudadano en relación a los partidos políticos. Según este mediático personaje, existirían más de un millón de chilenos militantes de la veintena de colectividades inscritas en el Registro Electoral, lo que estima como loable dentro de una población que hoy supera los 16 millones de habitantes. Muchos recordamos que hace cinco o seis décadas el número de los inscritos en los partidos debe haber sido considerablemente más alto, cuando no militar o declararse independiente constituía un verdadero estigma especialmente entre los jóvenes. Porque así era de politizada nuestra realidad.

La misma entidad electoral que mencionamos nos ha arrojado cifras que señalan que los chilenos inscritos en los partidos son más de un millón, efectivamente. Sin embargo, sumado a lo anterior advierte que son más de 654 mil los que no se han vuelto a fichar, según la convocatoria que se hizo en el 2017. Número que supone al menos una deserción pasiva de casi un sesenta por ciento. Se trataría de los llamados militantes “zombies” que, si bien por Ley continúan siendo militantes, en los hechos se han desvinculado de las colectividades y se encuentran con sus derechos partidarios suspendidos. Producto, seguramente, del desencanto general con la política, como consecuente con ese más del 50 por ciento de ciudadanos que ya no sufraga en Chile.

De esta manera es que el balance es lamentable si se lo compara con lo que sucede en los países de mayor consistencia democrática, donde los partidos, además de suscribir opciones ideológicas, son capaces de convocar a las calles masivamente a sus militantes. Al contrario de lo que sucede en nuestro país en que ahora los estudiantes y los referentes sociales y medioambientales son los que representan las principales demandas ciudadanas y ejercen las mayores presiones para el logro de las reformas más urgentes y que dicen relación con ese conjunto de situaciones propias de uno de los países con mayor inequidad social y altas tensiones étnico culturales.

En cifras, el Partido Socialista, el PPD y la Democracia Cristiana son los que están perdiendo el mayor número de afiliados. En un fenómeno que incluso alcanza a ese conjunto de expresiones del Frente Amplio que surgiera como alternativa a a Concertación o la Nueva Mayoría que gobernaran durante gran parte de la Posdictadura, hasta que los sectores de derecha y del pinochetismo los desplazaran de La Moneda.

Pero este desencanto social con los partidos también afecta al oficialismo. Las pugnas dentro de la UDI seguramente explican la baja concurrencia de los militantes de este Partido a sus últimas elecciones internas. Aunque lo más significativo debe ser el surgimiento de un nuevo Partido Republicano liderando por un personaje de la extrema derecha que se precia de su amistad con Jair Bolsonaro y sus simpatías con Donald Trump. Una colectividad que asoma para arrebatarle el poder a Piñera y a su alianza política, en la certeza que tienen que la llamada centroizquierda ya quedó definitivamente fracturada y desprestigiada ante la opinión pública.

Lo más curioso de todo esto es que el país ya no vive la bonanza que se le supuso en estos últimos años especialmente desde el exterior. La proyección del crecimiento es la más magra de las últimas décadas, al igual que el bajo precio del cobre, producto que sigue representando más del 30 por ciento de nuestras exportaciones. Cuando ya han vuelto, por lo demás, a estallar las tomas de establecimientos escolares y universitarios y la situación de los hospitales es propio del tercer o cuarto mundo, al grado que los pacientes ya ni siquiera son atendidos en los pasillos, sino en el mismo suelo de estos establecimientos. Lo que ha obligado a las autoridades recurrir a las tiendas de campaña de los militares para hacer frente al descalabro de la salud.

Los mismos o promotores y gestores de la economía neoliberal, así como algunos empresarios, han advertido que la clase media vuelve a precarizar su situación y está engrosando las cifras de los pobres e indigentes, por lo que reclaman acciones desde el Estado, ¡vaya que contradicción! para activar la producción, el empleo y salir al salvataje de los sectores más discriminados.

Lo propio sería en este cuadro que los partidos de oposición y de la izquierda lograran dividendos políticos, pero esto no ocurre dentro de la decepción generalizada ya consolidada, lo que resulta pasto fresco para el desarrollo de la criminalidad, los portonazos, los asaltos al comercio y los hogares, además de las desembozadas expresiones del narco y microtráfico de estupefacientes. Acicateado todo, además, por la corrupción de los políticos, los grandes empresarios, los policías y de un alto número de jueces y fiscales.

De seguir todo así, esto es los bochornosos dimes y diretes entre el gobierno y la mayoría parlamentaria opositora, la provocadora indolencia de los parlamentarios que todavía no atinan a disminuirse sus escandalosos sueldos, cuanto la violencia que cada vez se impone más en las controversias de la Araucanía y otras varias zonas calientes del país, lo propio sería que, más temprano que tarde, surgieran los caudillos, el populismo, las asonadas castrenses y otras lacras que raramente pueden ofrecer solución, estabilidad política y prosperidad económica. Pero qué duda cabe que los actuales actores políticos, al igual que en 1973, lo que hacen es agudizar las tensiones, evadir la solución de los problemas, concentrarse solo en la posibilidad de obtener más votos y ocupar más asientos y privilegios en la administración pública. Pero, todavía, cuando los perfiles ideológicos de antaño se han desdibujado entre los distintos partidos de izquierda, centro o derecha.

Cuando la política en Chile, como en otros países de la Tierra, ha reemplazado su misión de servicio público para convertirse en la mejor oportunidad de negocios y enriquecimiento personal. En la patética ausencia, sin duda, de verdaderos líderes y estadistas, es decir de aquellos que son capaces de pensar en la suerte de las futuras generaciones y no de las próximas elecciones, como lo señalara tan acertadamente Winston Churchill.

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