La política en las fauces de la farándula mediática

Juan Pablo Cárdenas S. | Viernes 17 de mayo 2019

Hasta hace algunos años, la farándula mediática estaba acotada a lo que sucedía en el ancho mundo de los espectáculos, pero ahora, en realidad, la política ha pasado a ser un ingrediente fundamental de los matinales de la televisión, las radios frívolas y las páginas de los diarios y revistas que les gusta inmiscuirse en la privacidad de las personas y especular con la vida íntima de los actores públicos. Fomentando con ello que los pueblos adormezcan su conciencia y se mantengan en un lamentable desconocimiento respecto de los temas verdaderamente relevantes y que tocan a su situación y futuro. Son las redes sociales las que hoy procuran más información que los medios de comunicación, pero se sabe que su profusa actividad conlleva la difusión de muchas noticias falsas e irresponsables. Y, casi siempre, tratadas superficialmente.

A los periodistas de los grandes medios de comunicación habitualmente se los ve empantanados en la ignorancia y despreocupación por lo que realmente importa. Por lo sustantivo de la cotidianidad que deben atender. Devenidos en “opinólogos”, más que en analistas o buenos reporteros, los “rostros” de la televisión parecen forzados a cuidar o corregir sus características anatómicas, vestir como se los indican sus productores y cultivar un lenguaje cada vez más básico e incorrecto para mantenerse vigentes y ganar fama. Se podría comprobar que muchos de estos comunicadores sociales no saben identificar, siquiera, los países del mapamundi, entender mínimamente la abigarrada realidad internacional y adoptar compromiso con la misión ética, educativa y liberadora de su quehacer.

De esta manera es que sus mensajes son calcados de los que emiten las grandes y poderosas fuentes informativas internacionales, de lo que conviene a los propietarios de sus medios y a las pautas que les entregan los índices del rating y circulación. Incluso cuando son enviados al extranjero, es posible descubrir que no logran indagar algo más de lo que ya se difunde en Chile, como, tampoco, proponerse obtener alguna primicia. Así es que sus cámaras de lo que andan preocupadas es de captar imágenes intrascendentes, que sirvan al discurso mediático preconcebido, aunque intentan, muchas veces, quedar como héroes por haberse aproximado a “donde las papas queman”. En esto del envanecimiento tan adherido actualmente a la condición de periodistas.

No es extraño, por lo mismo, que las escuelas de periodismo no tengan ahora mayor preocupación por la formación ética y cultural de los futuros comunicadores. Hace rato que le dijeron adiós a las cátedras de historia, economía, arte, ciencia y otras disciplinas, a no ser por algunos cursos tangenciales, como de deporte, por ejemplo, aunque en la práctica se limiten al fútbol u otras actividades que estén o se pongan de moda. Tampoco se ocupan mucho en que sus alumnos sepan expresarse correctamente a través de la palabra o la escritura. De allí que los noticiarios de radio y televisión, como los propios escritos de la prensa, adolezcan cada día más de incongruencias gramaticales y toda suerte de barbarismos idiomáticos. Además, por cierto, de sus inconsistencias de contenido. El tratamiento de la crisis venezolana es un muy contundente ejemplo de lo que señalamos por la forma en que nuestra prensa se alineó frente a un tema complejo, imitando la conducta de nuestra Cancillería y de la Casa Blanca. Exponiéndose a los errores y pronósticos antojadizos que ahora se reconocen y que les ha hecho perder tanta credibilidad.

En la propia Escuela de Periodismo de la Universidad de Chile, los profesores constatan y se lamentan de la falta de preparación de quienes ingresan a sus aulas. Poco tiempo atrás, en segundo año, ninguno de mis alumnos supo responderme quién era el Che Guevara, cuyo rostro todavía luce, curiosamente, en las pancartas de sus manifestaciones callejeras, como en sus estampadas camisetas. Solo un estudiante levantó la mano para señalarme que el Che había sido un guerrillero, pero que, por favor, no le preguntara de qué país… Asimismo, una profesora del mismo plantel descubrió que una de sus discípulas, muy sorprendida, no sabía que en Chile habíamos tenido una “dictadura”.

Se dirá y se argumenta efectivamente, que se trata de estudiantes de las nuevas generaciones, que no tienen porqué saber lo que ocurrió antes que nacieran o que la responsable de su ignorancia en tantas materias es la educación secundaria de donde provienen. Pero todas estas excusas valen muy poco, especialmente si se trata de estudiantes de periodismo, para quienes la historia debe ser fundamental para entender el presente y el porvenir.

En efecto, si la política debiera interesarse por los procesos educacionales, ésta permanece indolente frente a la falta de diversidad de los medios, la grosera concentración y la ausencia de comunicadores avezados. Da la impresión que a los gobernantes, parlamentarios y otras autoridades les incomodan los periodistas preguntones, más informados que ellos y, desde luego, con una sana irreverencia. Tampoco tienen interés de que la ciudadanía se informe adecuadamente y pueda descubrir la falta de solvencia de quienes dicen ser sus representantes. La tendencia general de todos éstos es a que el pueblo acate sin chistar sus decisiones, delegue enteramente en ellos sus facultades, aunque los diputados y senadores, o el propio Presidente de la República, sean elegidos a lo sumo con el 26 por ciento de los votantes. Es decir, en una flagrante falta de identidad con las preocupaciones o demandas populares. La abstención de más del 50 o 60 por ciento es indicativo de cómo un país que transitó entusiasta hacia la democracia, hoy manifiesta su desencanto.

El periodismo de farándula destaca en sus emisiones toda suerte de curvilíneas figuras, opinólogos con menos de dos dedos de frente, como políticos variopintos, ahora que las diferencias entre unos y otros, es decir entre los centro derechistas y centro izquierdistas, han pasado a ser imperceptibles. En estos diálogos o convivencias banales y promiscuas ha ocurrido que son nuestros legisladores, desgraciadamente, los que están asumiendo el lenguaje soez y el desinterés por los asuntos relevantes. Acompañado todo con el garabato o los modismos criollos (dirán algunos) que cada vez envilecen más el lenguaje de los chilenos y nos distancia del fluido hablar y pronunciar de colombianos, peruanos, venezolanos y otros, que felizmente han llegado al país.

Al mismo tiempo, y como ha ocurrido en las últimas semanas, las comisiones legislativas, las cortes de justicia y otras instancias republicanas se han ido convirtiendo en set de televisión abiertos, donde la reyerta y las descalificaciones se impone entre los participantes, todo lo cual solaza a los noticieros “periodísticos”. Esto explica que los diputados anden ahora a patadas con los reporteros y que muchos de éstos no demuestren el más mínimo interés por la función parlamentaria, sino únicamente en sacar la “cuña” sensacionalista que alimente los espacios de televisión que desde las primeras horas de la mañana despiertan al país para competir en sus puerilidades.

En medio de toda esta farándula, el país ya no percibe mucho si las autoridades están o no interesadas en mejorar las pensiones de la Tercera Edad, procurar realmente la excelencia e inclusión de nuestros establecimientos escolares, o implementar medidas efectivas para combatir la delincuencia. No deja de sorprender la forma en que los canales de TV profitan de las actividades de narcotraficantes que ahora despliegan en las poblaciones y barrios toda la arrogante pirotecnia de su impunidad.

Gobiernistas y opositores creen que en sus mediáticas grescas les permitirá llegar mejor aspectados a las próximas elecciones, que es de lo que realmente interesa a los partidos políticos. Incluso las señales de televisión parlamentarias, que muy pocos sintonizaban, han pasado a ser expresiones de la farándula instalada en el Parlamento. Y en vivo y en directo podemos ver ahora como se mordisquean sus distintas bancadas, aunque fuera de cámaras son buenos amigos y colegas, asumiendo siempre una estricta defensa corporativa cuando se trata de reajustarse sus emolumentos y consolidar, también, sus impunidades. Como esos 500 mil pesos que han decidido incrementar en sus ingresos mensuales.

Ni qué decir cómo se están apagando los últimos vestigios de la televisión cultural, cuando florecen programas, por ejemplo, que ya no se proponen descubrir talentos artísticos sino destacar imitadores y humoristas también deplorables en sus rutinas y forma de arrancar prosaicas risotadas de las audiencias. Con un programa muy exitoso como el Pasapalabras que aporta conocimientos pero se somete al colonialista Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española (RAE), desconociendo que en Chile existe una entidad propia que hace invaluables aportes a nuestro acerbo idiomático, algo inadvertido por nuestros medios de comunicación.

Pero no todo es malo, a fin de cuentas. El país está conociendo a su clase política y descubriendo la precariedad de sus medios de comunicación. Es tan exitosa la farándula que hay quienes se apartan de ella para convertirse fácilmente en legisladores, alcaldes y concejales. Sin duda, en un país de precaria vocación democrática, la exhibición pública da muchos dividendos. Lo que han entendido muy bien, además de los políticos, los titulares de nuestro Ministerio Público, en tan poco tiempo ensoberbecidos, enriquecidos ilegítimamente y traicionando abiertamente los valores del Derecho.

Como excepción, felizmente hay también dos o tres ediles que han logrado buena cobertura informativa. Auténticos servidores públicos que concitan el respeto de los buenos ciudadanos y que bien pudieran convertirse en candidatos presidenciales o aspirar a otros altos cargos, nada más que por tratar los asuntos que le interesan y acosan la existencia de millones de chilenos. Figuras demarcadas de la farándula política que compiten en resolver sus problemas sociales, sin dejarse arrastrar por el permanente ritmo, risotadas y estridencias de la televisión, la radio y hasta de los medios escritos que en el pasado al menos procuraban seriedad y buen nivel analítico. Ojalá que estas excepcionales figuras no caigan también en las fauces de la frivolidad mediática o se los haga trastabillar con las consabidas zancadillas de sus adversarios y correligionarios.

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