Juan Pablo Cárdenas S. | Sábado 20 de abril 2019
Afortunadamente para el mundo, quienes gobiernan ahora en la Casa Blanca no son personas inteligentes, moralmente sólidas o cultas. De allí que se sucedan en contradicciones, querellas internas y adopten torpes decisiones. A esta altura de la intensa y cobarde acción imperialista para desestabilizar a Venezuela lo que apreciamos es un enorme ridículo, que de todas maneras resulta trágico para la población bolivariana, así como amenazante para toda el área latinoamericana y del Caribe. Lo único que ha podido materializar Donald Trump hasta aquí es el robo de las petroleras y fondos venezolanos en su territorio, así como el bloqueo comercial impuesto a este país, lo que de todas maneras ha logrado estimular el espíritu soberano de esta nación, cohesionar a sus Fuerzas Armadas y poner en pie de lucha a un pueblo indómito, que podría llegar a cobrarle un suculento precio a cualquier intento de invasión militar de parte de Estados Unidos. Como en el pasado sucediera con los vietnamitas.
Ya se ve que lo que menos le importa al gobierno de Trump es la democracia en Venezuela, en nuestra región o en cualquier lugar del orbe. Por algo son las principales aliadas de la potencia imperial las más temibles tiranías mundiales, como la de Arabia Saudita o aquellas naciones en que se violan sistemáticamente los derechos humanos, sociales y políticos. El propio país de Washington compite en la actualidad con las naciones más desiguales del mundo, con una pavorosa y creciente cifra de pobres y bajo un estado de violencia y criminalidad verdaderamente terroríficos, como cualquiera puede comprobarlo en la prensa mundial.
Después de su fracasada acción en Cúcuta, el Secretario de Estado Norteamericano Mike Pompeo viaja a los países que le son más dóciles . Esto es a Chile, Paraguay, Ecuador y Colombia, donde lo reciben mandatarios abyectos convencidos de que el Emisario les señalaría nuevas tareas para continuar acosando al régimen de Nicolás Maduro. Craso error, cuando en su gira lo que más preocupó a Pompeo fue trazarle línea a Piñera y los otros jefes de estado respecto de lo que deben hacer para oponerse a los propósito chinos de invertir y comerciar con América Latina. Preocupado por esa “peligrosa penetración” comercial china que, en realidad, se explica en las “ventajas comparativas que la industria y los capitales de la gran potencia asiática le ofrecen a la región y a todo el mundo. Incluso a los Estados Unidos.
En la inminencia de un viaje a China del cual ya Piñera no le sería fácil desbaratarse, Pompeo le hizo indicaciones respecto de qué hacer y hasta donde desplegar su agenda original en Beiging. Particularmente, Pompeo busca que el presidente chileno frene las inversiones de la empresa Huawey en nuestro país, las que ya están muy consolidadas en el mercado chileno. Una presión insólita como ilícita respecto de la cual el Mandatario chileno ya le prometió suspender la visita a las instalaciones de esta empresa en el Asia, aunque ahora último dice estar dispuesto a reunirse con algunos de sus ejecutivos. Episodio que, por supuesto, molestó a los chinos e indujo al embajador de ese país a publicar una airada carta en la prensa chilena para fustigar las expresiones del emisario norteamericano en cuanto a que, detrás de este gigante empresarial chino, estaría la presencia el régimen comunista y su afán de penetrar ideológicamente nuestro continente.
Sabedores de que Estados Unidos, más que amigos, tiene intereses en el mundo, es que sus emisarios se relacionan con nuestros jefes de estado como si fueran simples peones de su política injerencista. Ejerciendo una grosera e indisimulada presión, más encima, ante aquellos gobernantes latinoamericanos que han ido antes a golpear las puertas de la Casa Blanca y el Departamento de Estado cuando necesitaron ayuda para derribar a Allende y a otros presidentes elegidos democráticamente, para después sostener por largos años a los militares en el poder. A los que, por fin, los abandonaron cuando ya se aseguraron de que los eventuales sucesores de los regímenes autoritarios no se propondrían otra cosa que conservar el modelo económico social que conviene a los Estados Unidos, proteger a sus inversionistas, continuar la extranjerización de sus recursos básicos y, a lo sumo, velar por una “democracia protegida” como la que Pinochet nos legara hasta hoy.
Sebastián Piñera tampoco tiene muchas luces más que Trump, Pompeo y otros hazmerreíres de la política norteamericana y regional. Sin embargo, en materia de negocios se le suponía un defensor del libre mercado que ahora Estados Unidos quiere borrar de un manotazo en las relaciones económicas internacionales. Como los políticos de su generación, sufrió también la deslealtad que Pinochet y sus secuaces sintieron, por ejemplo, respecto de Estados Unidos, cuando este país decidió que ya era hora que se fueran de La Moneda. De allí que nos extrañe tanto su actual docilidad hacia el Imperio y que, para satisfacer las demandas de Trump, haya echado por la borda nuestra soberanía, independencia y dignidad nacional para comprometer a Chile con un golpe de estado fratricida orquestado por los Estados Unidos. Que se haya fotografiado con Trump, incluso, arrimando nuestra bandera a la de los Estados Unidos y se haya refocilado con la visita de Pompeo, allanándose a cumplir cabalmente sus instrucciones.
Es claro que los dueños de la economía chilena, de sus yacimientos, aguas, instituciones financieras y previsionales son las empresas transnacionales, protegidas por Estados Unidos y la institucionalidad internacional que les sirven. A ratos se nos señala que solamente nos hace falta hablar en inglés y reemplazar a nuestra moneda por el dólar, como ya está materializado, por lo demás, en el lenguaje de las cifras de Hacienda y nuestro presupuesto nacional. Sin embargo, podíamos jactarnos de tener todavía cierta autonomía para negociar con China y otras naciones, así como abrirnos a inversionistas de distintas proveniencias. Pero tal parece que ahora el gobierno norteamericano dijo basta y ni siquiera quiere permitirnos una rendija abierta al mundo en tal sentido. Y, si Piñera está conteste con esto, podría explicarse que haya propuesto a nuestro país (con ese montaje que hizo ante Trump de ambas banderas) para que Chile se constituya en un socio más de los que integran el pabellón norteamericano.
¿Terminarán también las fuerzas armadas chilenas desfilando e integrando operaciones internacionales conjuntas con Estados Unidos? ¿Podríamos seguir vendiéndoles nuestro cobre a China y otras naciones si nos cerráramos a sus inversiones y productos?