Juan Pablo Cárdenas S. | Sábado 30 de marzo 2019
Ojalá todos los estados del mundo hicieran un acto de contrición por los agravios inferidos a otros pueblos y a sus propias poblaciones. Si se revisa la historia universal, es posible que ninguno de los países actuales esté libre de culpa al respecto, cuando en realidad las guerras y el afán colonialista no ha cesado de manifestarse en todos los continentes. Pero también con el expansionismo y las cruentas invasiones, existen instituciones que cometieron horribles despropósitos bajo pretexto de propagar su fe, como es el caso de la Iglesia Católica, la que actuó de consuno con España, Portugal y otros estados para posicionarse de nuestro Continente y enseñorearse en éste por más de tres siglos.
Andrés Manuel López Obrador, el Presidente de mayor arraigo popular de América Latina, acaba de sorprender al mundo con su interpelación a España y a El Vaticano a objeto de que estos estados pidan perdón por las graves violaciones de los Derechos Humanos consumados con la conquista de nuestros territorios, donde fácilmente la mitad de la población aborigen fue eliminada, al tiempo que los conquistadores empezaron a vaciar nuestros yacimientos de oro, plata y otros recursos. Faena en que los europeos necesitaron, incluso, traer mano de obra esclava de África para acometer sus crímenes y despojos.
López Obrador solo les exige a España y a la Iglesia Católica que pidan perdón por sus severas transgresiones. No les ha pedido ningún acto de reparación, como ocurría exigírseles hasta hace poco a los países que derrotados en las guerras. Nada más que algo como el perdón que ofreció Alemania a los judíos y al estado de Israel después del holocausto, por ejemplo, en la promesa expresa o tácita de no volver a incurrir nunca más en actos tan deleznables como el racismo, el genocidio y otras formas de violar la dignidad humana. O realizar tan solo un gesto como el de Presidente Patricio Aylwin en nombre del estado chileno a los que fueron las víctimas del pinochetismo y la dictadura cívico militar. Aunque prometiera hacer verdad y justicia solo “en la medida de lo posible”.
Sin embargo, esta exigencia de mandatario mexicano ha caído pésima en las autoridades españolas y ha servido para que diversos personajes de nuestra región intenten ridiculizar a López Obrador por el largo tiempo transcurrido desde la Conquista de América, como por las propias faltas cometidas por su estado en contra de aztecas y otras decenas de pueblos autóctonos. Entre ellos, el escritor Mario Vargas Llosa, que tomó la nacionalidad española, seguramente frustrado por la derrota electoral que le propinaron los ciudadanos peruanos en su intento de alcanzar la Presidencia del país heredero del imperio incásico sometido por España.
Si bien ya resultaría iluso exigir reparación por los despropósitos de los colonizadores, pensamos que es bueno para la salud y conciencia de la humanidad que la historia no se nuble y que los países se preocupen de mantener en la memoria colectiva los episodios más ingratos de nuestras respectivas trayectorias. De allí la importancia de que se conserven los campos de concentración y exterminio como testimonio de lo acontecido; que se erijan museos y se escriba sin cesar para advertirle a las nuevas generaciones lo sucedido en ese pasado que no alcanzaron a conocer. Cuando aquí mismo, en el Cono Sur de América Latina, algunos se empeñan en borrar con el codo los horrores que escribieron con sus manos criminales, y ya tenemos al menos dos generaciones nuevas que han sabido de la dictaduras militares solo de oído. Por lo que la impunidad ha ido consolidándose paulatinamente gracias a la ignorancia sobre lo acontecido.
Sería muy digno que los países del viejo Continente tuvieran, aunque fuera tan tardíamente, un gesto hacia todos los continentes que avasallaron. Mal que mal, los actuales gobernantes europeos ya no tienen responsabilidad respecto de lo obrado por sus antecesores. Por lo mismo que nadie, tampoco, les está exigiendo indemnización alguna al respecto, aunque dicho sea de paso muy justo sería que devolvieran, al menos, aquellas piezas de arte que exhiben pomposamente sus museos y que fueran robadas durante sus conquistas mundiales desde Egipto hasta la propia Rapanuí o Isla de Pascua.
Por cierto que también sería noble que cada uno de nuestros gobiernos se disculpara, también, por el rezago provocado a nuestra naciones, por los atropellos que siguieron a la Emancipación Americana, la inicua explotación de los trabajadores, la extendida pobreza y la vergonzosa concentración de la riqueza. Desde México hasta Chile los horrores se prolongan hasta nuestros días y quienes quieren mofarse de la iniciativa de Manuel López Obrador, sin duda, quieren evitar que un país como el nuestro se obligue a pedirle perdón a los mapuches por el despojo de sus ancestrales territorios y el ejercicio constante del terrorismo de estado en contra de sus comunidades, organizaciones y valores culturales. Menos desean, todavía, que los actuales gobernantes que provocaron y sostuvieron el Golpe Militar de 1973 ( y siguen reprimiendo a la Araucanía) tengan que hacer un debido acto de contrición por esos 17 años de pánico social que propiciaron.
La disculpa que debieran ofrecer los países hegemónicos de ayer y de hoy no compromete la honra de los actuales habitantes de esos estados. Se sabe que los delitos cometidos durante tres siglos de colonialismo en América son de responsabilidad de quienes vinieron a nuestro continente, se asentaron y también aquí multiplicaron su descendencia. Sangre de conquistadores que puede constatarse en nuestros ADN, más que en el de los que siguieron viviendo en los países europeos. Ideas buenas e inconvenientes que se heredaron en nuestras legislaciones y prácticas políticas con mucho más fuerza que en los países que hoy tienen reputación de demócratas y promotores de los DDHH. Y que nada debieran temer, entonces, al reconocer las iniquidades cometidas por los colonizadores. Toda vez que también se reconoce en nuestros países el rico legado cultural que heredamos de quienes pretendieron domesticarnos para siempre. Cuanto, asimismo, es justo valorar el testimonio de sacerdotes y obispos en favor de la Emancipación, la redención de los oprimidos, la justicia social y la propia promoción y defensa de los Derechos Humanos.
Estamos ciertos que si hoy Estados Unidos se disculpara efectivamente por las bombas y cruentas invasiones en Viet Nam, Japón y tantos otros países asiáticos, africanos y latinoamericanos, a Donald Trump se le haría muy difícil seguir propiciando nuevas masacres contra la libre determinación de los pueblos y estados independientes. Y, en vez de amurallar sus fronteras se propondría abrir las puertas de su país a nuevas inmigraciones. Así como en el pasado lo hizo con quienes, en definitiva, cimentaron el poderío de su país.