Juan Pablo Cárdenas S. | Martes 1 de enero 2019
La época estival hace propicio viajar por nuestro país o salir al extranjero. Mucho se habla de los aeropuertos y carreteras colapsadas, aunque de verdad todavía hay cientos de miles de chilenos que en toda su vida jamás salen de sus propias regiones o barrios. Millones, tal vez, de sureños o norteños que jamás llegan al otro lado de su país y nunca se enterarán de las características de este larguísimo y angosto país, en el que se expresan los altos contrastes naturales del planeta. Un extenso desierto, hielos australes, cordilleras, valles y una de las más largas costas que baña el Océano Pacífico.
En general, todos los habitantes viven orgullosos y proclaman con celo nuestra soberanía territorial, porque muy pocos en realidad aprecian que tanto el suelo y el subsuelo, los yacimientos, lagos y mares tienen por dueños y administradores solo a un puñado de inversionistas nacionales y extranjeros, protegidos por estrictas leyes y amparados por tribunales internos e internacionales. Además de nuestras Fuerzas Armadas y de Orden.
Recorrer Chile a la inmensa mayoría les resultaría muy oneroso e imposible. Las carreteras concesionadas, los peajes y los medios de transporte tampoco nos pertenecen, y es así como cruzar Los Andes o buscar otros lejanos países resulta más barato que conocer nuestro propio territorio. Hay muchos chilotas que muy difícilmente van a cruzar durante sus vidas el Canal de Chacao, así como un sinnúmero de pampinos solo pueden enterarse por la televisión de los lagos, bosques y torrentosos ríos del sur.
El Estado chileno ha hecho todo lo posible para mantener a nuestras poblaciones aisladas, mientras que en otras partes se prohíben las carreteras pagadas y se legisla para estimular aunque sea el turismo de la tercera edad. Lo curioso es que el patrioterismo es poderoso y la mayoría de los chilenos se opone a cualquier posibilidad de compartir espacios geográficos con nuestros vecinos, cuanto a apoyar acuerdos que pudieran significar enormes posibilidades de inversión y explotación conjunta de nuestros recursos naturales. Mientras los estadounidenses, los europeos y las transnacionales están cada día más empoderados de nuestra geografía.
En un colosal contrasentido con el pasado, los gobernantes actuales se empeñan en atraer a los inversionistas foráneos y ofrecerles ventajas tributarias por encima de las que tienen los propios emprendedores nacionales. Y ya sabemos cómo la política y los partidos logran suculentos dividendos en esto de ofrendar nuestras minas, el agua y, desde luego, los servicios fundamentales vinculados al consumo de energía, así como a los beneficios de la agricultura y la pesca. No sería extraño que con tanta privatización o, más bien, extranjerización, luego debamos pagar hasta por respirar aire no contaminado. Un bien, desde luego, ya escaso en todo un territorio infectado por las actividades ecocidas.
Los últimos gobiernos han estado de acuerdo en la idea de que el país avanza y ya estaría cruzando el umbral del desarrollo o del Primer Mundo, pero lo cierto es que cuando salimos al extranjero solo podemos observar el letargo de nuestras zonas urbanas en relación a las que existen en todo el mundo desarrollado, incluso después de la devastación provocada por las guerras mundiales y fratricidas. Ya es habitual escuchar que somos un país hermoso pero siempre que no entremos a sus ciudades o solo lo visitemos algunos barrios exclusivos de la Capital o de provincias.
Es más, cruzar la Cordillera de los Andes nos puede llevar hacia otros países que, siendo más pobres que el nuestro, ofrecen ciudades bien conservadas y grandes urbanizaciones modernas. En las que al menos existe un plan regulador y quienes la habitan reciben incentivos económicos para mantener al menos limpias y dignas sus fachadas. Nosotros somos una nación de más de trescientos cincuenta municipios, pero solo un puñado ellos recauda lo suficiente para sostenerse y asegurar la mínima seguridad a su población. Y ni así, ahora, en que los índices de delincuencia se acrecientan en la misma proporción que la corrupción policial.
Aunque los habitantes y propietarios de viviendas pagan altos tributos en beneficio municipal, la verdad es que estos recursos no parecen suficientes o son mal administrados por los intendentes, alcaldes y concejales. Quienes en muchísimos casos no pertenecen a sus localidades y solo se hacen de estos cargos como un trampolín para llegar a las ligas mayores de la política. Y medrar como lo hacen tantas otras autoridades.
La inmensa mayoría de nuestra población vive, en realidad, en ciudades y pueblos que no prosperan. Entre ellos, muchos en que se puede descubrir un pasado glorioso pero devastado en sus construcciones, calles y espacios comunes por la negligencia y el paso del tiempo. Empobrecidos también en sus tradiciones, por influencia de lo banal y el consumo chatarra. Al estilo de esos juegos de artificio al que se le destinan ingentes recursos en el propósito de aparecer un país rico y próspero ante el mundo.
Los cerros de Valparaíso y de Antofagasta, el pavoroso deterioro de una ciudad como Puerto Montt y de tantas otras, por ejemplo, son en la actualidad una sórdida fotografía de nuestra verdadera condición. En efecto, “la pobreza es fea”, por lo que esa Copia Feliz del Edén de nuestro Himno Patrio, sin duda, alude solo a nuestra belleza natural.
Si usted tiene la posibilidad de bajarse de las “autopistas”, para conocer los pueblos y ciudades de nuestro país, podrá comprobar que nuestro ingreso per cápita está muy mal distribuido o simplemente no toca a la gran mayoría de los chilenos en su cotidianidad infamante. No vaya a ser que, como ha ocurrido en otros lugares, los pobres empiecen a reconocer en los narcotraficantes a sus genuinos y generosos servidores. Cuando la codicia y voracidad de tantos empresarios ni siquiera les exige alguna obra de adelanto allí donde lucran y se sirven del trabajo de los millones de chilenos mal pagados. Y cuando a las dirigencias políticas hasta les ha llegado a convenir un ciudadano decepcionado y desesperanzado en quien ejercer el cohecho electoral.
Si puede, le insisto, aventúrese a recorrer Chile, lo que ciertamente le resultará más caro y menos placentero que escaparse hacia el exterior. No le hablo de aquellos resorts y lugares para las elites que también tenemos para el recóndito goce de no más del uno o el dos por ciento de nuestra población. Y, desde luego, para el deleite de los turistas extranjeros que entran y salen sin saber el país que en realidad somos.
La tan desigual distribución presupuestaria entre los municipios hace patente la extrema desigualdad que nos rige. Mientras algunos alcaldes tienen policías propias, drones y otros para la inseguridad que sienten sus pudientes vecinos, hay zonas del país sin comisarías, sin acceso a internet y sin las obras viales mínimas que se garantizan en las ciudades verdaderamente desarrolladas. Lo que poco tiene que ver con las cifras macroeconómicas, sino más bien con los valores de la política y la ausencia de soberanía popular.