Juan Pablo Cárdenas S. | Lunes 29 de octubre 2018
Más allá de su contundente victoria electoral, es evidente que Jair Bolsonaro no representa un proyecto político claramente definido ni un movimiento o partido de raigambre popular con objetivos políticos o programáticos definidos públicamente. Como su misma campaña lo advirtió, votar por él era hacerlo contra del Partido de los Trabajadores, la corrupción generalizada de las autoridades y los altos e inquietantes índices de criminalidad. Tampoco en lo personal al ahora presidente Electo se le reconoce cualidades de conductor o líder espiritual, cuando el mismo ha dicho que va a invitar a algunos conocidos economistas para que le hagan la tarea que, dice, no sabe hacer.
Quizás por su antepasado militar se sienta seguro de poder afrontar problemas como el de la delincuencia, pero lo más seguro es que se proponga encararla con más represión policial y violaciones sistemáticas de los Derechos Humanos, cuando alguna vez se lamentara de que las dictaduras militares no hubiesen eliminado a más opositores. Cuando todas las sospechas apunten a que se trata, además, de un personaje racista, misógino y homofóbico que, de poner en práctica formas de discriminación como las que se temen, en muy poco tiempo perdería su credibilidad y apoyo popular en un país en que los afroamericanos, por ejemplo, son muy numerosos.
No es la derecha, ciertamente, la que ha ganado con él. Es mucho peor: podría ser el fascismo, el desdén por la democracia y su deseo de sumar a las Fuerzas Armadas a la conducción del país. De allí que haya políticos y partidos que, si bien hoy celebran su victoria, lo más probable es que a poco andar se deslinden de éste, para no desbaratar tantos esfuerzos por acreditarse como republicanos especialmente en las naciones que sufrimos largos regímenes dictatoriales.
Lo que pase con Bolsonaro dependerá mucho de la actitud que asuman las izquierdas tanto en Brasil, la región y el mundo. Si el derrotado partido de Lula se propone trabajar solamente para la recuperación del Gobierno, sin hacerse la debida autocrítica, desplazar a los corruptos y cederle espacio a las nuevas generaciones como al mundo social, lo más probable es que Bolsonaro se quede por mucho tiempo en el poder y obtenga las excusas suficientes para concretar sus amenazas o despropósitos.
Los resultados electorales hablan de un país dividido, sobre todo iracundo con la clase política, aunque una amplia mayoría terminara apoyando a un viejo diputado integrante también de la cúpula dirigente, cuyo único acierto fue interpretar “oportunamente” el malestar popular, pero incapaz de ofrecerle un camino. Por lo mismo es que la situación política podría revertirse en un tiempo razonable si la llamada izquierda brasilera demostrara capacidad de reformularse y demostrar un auténtico propósito de enmienda. Conjurando, por supuesto, el divisionismo, el capillismo y otras malas prácticas que tienen al progresismo latinoamericano tan a maltraer, salvo las pocas excepciones conocidas. Lamentablemente, los aliados que el vencido Fernando Haddad encontró en Chile son figuras de suyo desprestigiadas, ávidas nada más de mantener sus relaciones con un gobierno poderoso como el de Brasil y, sobre todo, muy febles ideológicamente, después de haber protagonizado la sacralización en nuestro país el sistema neoliberal, sorteado las demandas más sentidas de la población y, para colmo, ejecutado varios gobiernos bajo la Constitución Política legada por Pinochet.
No vemos cómo una izquierda brasilera podría renacer de las cenizas alentada por los expresidentes de la Concertación y otros políticos que en nuestro propio país son también tan responsables del primer y segundo gobierno de Sebastián Piñera. Provocando los mismos sentimientos de frustración en un electorado que observó cómo sus aspiraciones fueron burladas por los sucesivos gobiernos de la posdictadura , como para llegar a pensar que de un gobierno de derecha podría demostrar mayor sensibilidad social que los de centro izquierda. Una ilusión que recién empieza a disiparse en Chile con las débiles y demagógicas iniciativas de La Moneda, aunque el izquierdismo criollo siga sumido en su atomización, caudillismos, falta de propuesta y prácticas de corrupción.
Es probable que con la victoria de Bolsonaro, en la derecha chilena se despierte el jolgorio y el ánimo de asociase rápidamente con el nuevo mandatario brasilero. Ya hemos observado el entusiasmo que su campaña produjo en los sectores más ultras del oficialismo, pero es probable que el propio Piñera y su entorno político más cercano actúen con más cautela, salvo que unos y otros también busquen perpetuarse en La Moneda recurriendo al apoyo castrense, la represión y el aliento personal del presidente de los Estados Unidos, quien día a día manifiesta más desprecio por la voluntad popular y las prácticas democráticas. Al grado de alentar el terrorismo de estado para combatir la inmigración y mantener en el poder a los gobiernos títeres de Arabia Saudita e Israel, cualquiera sean sus despropósitos. Llamando abiertamente, como consta, a derrocar a los gobiernos de Venezuela y aquellos “países de mierda” que el mismo identificó en Centro América y otras regiones del mundo.
Más razón habría, entonces, para superar el lloriqueo de estos últimos días en la izquierda chilena y latinoamericana impulsando acciones que lleven a la autodisolución de un sinnúmero de referentes que nada aportan a la construcción de una izquierda capaz de ofrecer alternativa ideológica, consolidar alianza con aquellos movimientos sociales hoy tan distantes de los partidos y levantar líderes nuevos que se impongan frente a los añosos y revenidos dirigentes aún aferrados a sus fantasmales estructuras. Varias de las cuales solo subsisten gracias a los sospechosos aportes de algunos empresarios de derecha, a la par de las contribuciones oblicuas de algunos gobiernos y partidos vanguardistas del continente, entre los que se cuentan los de Lula da Silva y su heredera Dilma Rousseff. Haciéndose cómplices, con ellos, de los escándalos que todavía se ventilan en los Tribunales de nuestro país, aunque la impunidad ya se haya impuesto en algunas causas por el expediente de la prescripción legal de los delitos y la lenidad de algunos jueces y fiscales.
Por otro lado, es preciso que nuestras izquierdas se demuestren impermeables a las ideas y “encantos” de la derecha. A la pretensión tan contradicha por los hechos de que el bienestar social puede fundarse en el capitalismo salvaje o neoliberal que asola a nuestros pueblos y solo ha logrado agudizar la inequidad y la brecha entre ricos y pobres. Dejando cada vez más a la intemperie a nuestros pueblos en materia de salud, vivienda digna, derechos sociales y culturales. Sacudiéndose del infundio de que son los gobiernos de izquierda los que alientan lacras tan severas como la del narcotráfico, la violencia y el crimen organizado, cuando éstas se nutren justamente en la injusticia social, la desigualdad y la codicia de los poderosos, siempre representados por las derechas, los poderosos empresarios y los militares. Y de un tiempo a esta parte, también, por los socialdemócratas y socialcristianos rendidos al sistema hegemónico mundial. Gobiernos de arenga progresista, incluso, pero que en el poder han sucumbido moral e ideológicamente.
En este sentido, la elección de Bolsonaro, puede ser una gran oportunidad para el resurgimiento de un auténtico progresismo y la esperanza de los pueblos oprimidos .Es cosa de no dejarse abatir por el pesimismo o el mismo oportunismo.