La patética posdictadura político militar

Juan Pablo Cárdenas S. | Jueves 20 de septiembre 2018

Una de las más bochornosas características de la Posdictadura es la condescendencia que la política ha tenido con las Fuerzas Armadas, favoreciendo la impunidad de tantos crímenes cometidos por el Régimen Militar, cuanto por los privilegios que nuestra legislación le ha extendido a las distintas ramas castrenses. En una flagrante demostración de que en Chile no existe la igualdad ante la Ley, cuando basta con ser uniformado para superar con creces las condiciones de vida de la población civil. Dentro de un Estado busca reducirse y restringir sus gastos, pero mantiene una febril y descarada carrera armamentista. Sin duda la más onerosa y ostentosa del Continente en relación a sus habitantes y Producto Interno Bruto.

Cada efeméride de nuestras Fiestas Patrias nos dejó de nuevo en evidencia el dispendio que significa la adquisición de millonarias y letales armas, la mantención de los  altos sueldos de la oficialidad, como el  sistema previsional del personal activo y en retiro que el Ejército, las Marina y la Fuerza Aérea comparten, también, con Carabineros de Chile. Los que, además de sus conocidas  granjerías, han logrado materializar toda suerte de desfalcos en desmedro del erario nacional  que ni siquiera la Contraloría General de la República se atrevió a denunciar y atajar a tiempo.

El Presidente Piñera anuncia, a diferencia de sus antecesores, que se propone terminar con la Ley Reservada del Cobre que obliga a Codelco incrementar los fondos castrenses con el 10 por ciento de la comercialización del cobre que produce. Aunque sabemos que la hipotética derogación de esta Ley supondrá, en todo caso, incrementarles a los militares los fondos que le asigna el Presupuesto General de la Nación. Es decir se recurre, como en tantas cosas, a una hipócrita maniobra,  a fin de no irritar a la oficialidad siempre tan atenta e irascible a la posibilidad de que se les rebajen sus gastos operacionales y emolumentos personales. Cualquiera sean las condiciones de nuestra economía y las demandas sociales crónicamente postergadas.

A esta altura, se hace evidente que la férrea renuencia de nuestros gobiernos a emprender un camino de diálogo y de paz con Bolivia (y antes con Perú) tiene como principal propósito justificar el gasto militar, ante la eventualidad de un conflicto armado. Con lo que se renuncia a redestinar  los ingentes recursos destinados al armamentismo para cimentar la paz definitiva en nuestras fronteras. Emprender inversiones conjuntas con nuestros países vecinos, en una de las zonas mejor provistas de recursos naturales del mundo.

Da pena ver cómo ahora las vociferantes enemistades propiciadas hasta hace poco por un parlamentario, felizmente no reelecto, son retomadas por un ex embajador socialista, cuyos rasgos físicos curiosamente lo caracterizan como el diplomático con el talante más amerindio que recuerde nuestro empolvado servicio exterior. Manifestando un odio hacia Evo Morales y a las pretensiones bolivianas que mejor  podrían atribuírsele al racismo de los empresarios norteamericanos y europeos que prefieren hacer negocios en tierra chilena que en la de nuestros pueblos contiguos del norte. Seguramente por la docilidad de nuestra legislación y esa falsa idea de que los chilenos constituimos una raza distinta. Que podríamos haber sido una nación más de las llamadas mediterráneas, como lo escribiera un ex candidato presidencial.

Con ocasión de la última Parada Militar volvimos a contemplar una exposición patética del ridículo y la futilidad  de nuestros efectivos militares. Que destinan meses de preparación para lucir sus coloridos trajes, cascos, tricornios, inmaculados guantes y de un cuanto hay, sumado a ese derroche de medallas y escarapelas por victorias que nada tienen que ver con ellos. Cuando a lo que realmente se han dedicado durante toda nuestra historia republicana, además de marchar y aventar guaripolas, es a derrocar cruentamente a nuestros gobiernos democráticos, asesinar a miles y miles de trabajadores, imponer el terror en nuestras poblaciones y organizar campos de concentración y exterminio. Siempre rendidos al capital foráneo, a nuestra más rancia oligarquía, a fin de garantizarle a las transnacionales  la soberanía real sobre nuestro largo territorio, de cordillera a mar.

Cómo no apreciar el brutal contraste entre los actuales mandamases militares con el arrojo universalmente reconocido de nuestros padres de la Patria que, como Simón Bolívar, San Martín, Sucre, O´Higgins, Carrera y tantos otros destinaron su peculio familiar, entregaron la vida y conquistaron la gloria hasta hoy por la gran proeza de combatir contra el dominio español. Además de propiciar el establecimiento de una sola y fraternal nación.

Qué tienen que ver los soldados civiles descalzos que cruzaron cordilleras y combatieron cruzando las más altas montañas, desiertos y torrentosos ríos, con hambre y con frío, con estos garbosos uniformados de hoy montados en caballares finos, empaquetados con finos uniformes y cargando charreteras por años de “servicio” y no realmente por sus proezas. Bien apertrechados, como sabemos, con las armas que financian los trabajadores chilenos, así como nuestra abusada clase media y funcionarios públicos. Uniformados con acceso a hospitales de lujo, casinos y balnearios, como a una seguridad social que les garantiza, con mucha frecuencia, llegar a vivir más tiempo jubilados que en ejercicio.

¡Qué vergüenza que nuestra Escuela Militar lleve en nombre de nuestro Libertador y que la Marina y la Esmeralda rindan hasta hoy homenaje a un golpista y asesino como José Toribio Merino! Escupiendo con ello, la memoria del valeroso abogado Arturo Prat Chacón que efectivamente ofrendara voluntariamente su vida en 1879; sin sospechar que su nombre bautizaría después a la Armada Nacional. Poseedora de un buque insignia que les sirvió para detener y torturar a muchos prisioneros políticos chilenos, en su permanente guerra contra el orden republicano y el pueblo.

Como nos alegraría ver en las jóvenes figuras parlamentarias y las organizaciones dignas de nuestra civilidad se propusieran hacer justicia al respecto. Emprendiendo acciones legales y políticas para desagraviar a nuestros verdaderos héroes, para liberarlos del pesado fardo del pinochetismo, consagrada como la ideología oficial de nuestras Fuerzas Armadas. Por más que cada uno de nuestros mandatarios asuman una abyecta actitud frente a la casta uniformada. Y alienten una fratricida política exterior que, además, tiene el desparpajo de designar a los ministros de relaciones exteriores con la anuencia (o agreement) de la Casa Blanca, como de los más poderosos empresarios nacionales y extranjeros.

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