Juan Pablo Cárdenas S. | sábado 8 de septiembre 2018
Para la derecha siempre será incómodo enfrentar la efeméride del Golpe Militar. Los partidarios hasta hoy de Pinochet ya no pueden soslayar los crímenes de su dictadura, además de contemplar con ira cómo buena parte de sus adláteres buscan sacudirse de su pasado y navegar sin inconvenientes en las aguas de los nuevos tiempos. Con una dosis muy alta de hipocresía, hay quienes dicen no haberse enterado nunca de las masivas violaciones de los derechos humanos, como forma de explicar su entusiasta apoyo a la conspiración cívico militar.
Además de la gente de derecha resulta también muy incómoda esta fecha para los que por largo tiempo alentaron el Golpe y después lo justificaron ante el mundo, a objeto de legitimarlo ante los referentes social cristianos de Europa y América Latina, buscando inhibir, incluso, una acción más drástica del Sumo Pontífice romano. Tentado como sabemos que estuvo de excomulgar al Dictador y a sus secuaces.
Más incómodos todavía debieran sentirse los que efectivamente se plegaron a la luchas de resistencia contra el régimen de facto, pero en el ánimo de quedar en cómoda posición y expectantes para arribar a los gobiernos de la posdictadura. Marcando también cínica postura frente al pueblo que radicalizó sus formas de lucha y generó esas movilizaciones que fueron las que desmoralizaron a los militares y alertaron a los Estados Unidos y a los grandes empresarios de que era necesario promover el diálogo y una rápida “salida política” antes que el pueblo derrocara al Dictador. Lo que amenazaba el surgimiento de un gobierno de izquierda, al estilo de lo que había ya sucedido en Cuba y Nicaragua.
Toda una “negociación” que se produjo efectivamente y llevó al triunfo de los partidos de la llamada Concertación Democrática, referente sin duda diseñado y financiado por el Departamento de Estado, una vez que el Partido Comunista y otras expresiones, a la sazón radicales, fueran excluidas y proscritas de la solución alcanzada con la anuencia del régimen militar. En un proceso que culminaría con Pinochet como senador vitalicio; la aceptación, con algunos retoques, de la Constitución der 1980; el cierre programado de los medios de comunicación disidentes; la imposición del sistema electoral binominal y otros despropósitos. A los que hay que sumar la impunidad que favoreció al propio Tirano hasta su muerte, después de ser rescatado de las manos de la justicia Internacional por quienes debieron haber alentado su enjuiciamiento.
Nos parece muy difícil conmemorar la asonada golpista sin destacar la forma en que a partir de 1990 los nuevos moradores de La Moneda escribieron la historia oficial, partiendo de la peregrina idea de que Allende se había suicidado y que, de no haberse liquidado su gobierno, pudiéramos haber caído en un baño de sangre y una tiranía de izquierda. Todo lo cual al día de hoy carece de todo sustento, constituye un enorme infundio e intenta afectar la imagen de un Salvador Allende de trayectoria ejemplarmente republicana y con un prestigio que más bien se acrecienta con los años en la conciencia de los chilenos y del mundo.
Si en algún momento se tildó meramente de “pasos tácticos” la connivencia con la derecha, los militares, los grandes empresarios y los políticos de derecha, la verdad es que el oportunismo tomo cuerpo con tal fuerza que hoy es habitual que se reconozcan desde los sectores autodenominados de centro izquierda los méritos estratégicos del modelo económico heredado de la Dictadura y que ha generado la más pavorosa brecha económico social de nuestra historia. Que se le otorgue legitimidad a la Carta Fundamental de 1980 y se busque congruencia de nuestra política exterior con los intereses de las potencias hegemónicas y de los inversionistas extranjeros. Abyección tan bien explicada con el nombramiento de los más lacayos personajes como ministros de Relaciones Exteriores y la aceptación sin remilgos, incluso, del desquiciado Donald Trump.
Toda una sumisa política y una parafernalia mediática que culmina con la segunda administración de Michelle Bachelet y la nueva elección de Sebastián Piñera, en que la brecha entre ricos y pobres sigue pronunciándose, y la Constitución se hace más vigente que nunca, pese a la promesa incumplida de la Nueva Mayoría y su mandataria de sustituirla o dar origen a un verdadero proceso constituyente. Todo lo cual ha derivado ahora en la disposición de jueces y políticos de excarcelar a los criminales que cometieron delitos de lesa humanidad y permanecen cumpliendo condena pese a su avanzada edad. Al mismo tiempo que se consolidan los privilegios castrenses y se alienta el patrioterismo y la carrera armamentista para prevenirnos de las demandas vecinales, así o sea al precio de renunciar al Tratado de Colombia y la autoridad de la Corte Internacional de Justicia para así zafarnos de cualquier resolución jurídica foránea.
No sabemos si el travestismo político va a terminar legitimándose en nuestro país, cuando sus principales actores son consecuentemente premiados por las Naciones Unidas, el Fondo Monetario Internacional, la OEA y otras instituciones. Entidades donde cualquier decisión de nombrar a fulano o zutano en sus altos cargos pasa, por supuesto, por la aceptación de Estados Unidos y sus potencias todavía aliadas y cómplices. Pudiera ser nuestra dignidad democrática tome cuerpo algún día en nuestra institucionalidad; porque por ahora sus valores y promesas solo pueden descubrirse en el creciente descontento y protesta social.
Un estado de malestar que abona el desarrollo de la violencia y la delincuencia común, en la constatación popular de la impunidad que también favorece a quienes se coluden para defraudar a los consumidores y a políticos y partidos que son recurrentemente sobornados por quienes los digitan. Pretendidos representantes del pueblo, hasta vociferantes izquierdistas de antaño, electos con un sesenta por ciento de abstención electoral. Síntomas todos del desgano cívico por la corrupción generalizada de nuestra política, policías y sistema judicial. Aunque algunos todavía se empeñen en negar en Chile la existencia de aquellas lacras que se manifiestan en tantos países del mundo que, por lo menos, tienen la ventaja de reconocerlos.
Cuando jóvenes parlamentarios dícese vanguardistas, ceden a la bochornosa tentación de denunciar la paja en el ojo de Venezuela, Argentina, Cuba, Corea del Norte y otras naciones, como forma de eludir de nuestra realidad y merecer el reconocimiento de los sectores de probada inconsistencia democrática. Que hoy tienen el descaro de escandalizarse por lo que sucede más allá de las fronteras. Cuando en efemérides como el 11 de septiembre todavía se siente el gemir de los familiares de los detenidos desaparecidos, la ausencia de los ejecutados, las secuelas de la tortura y otras aberraciones. Dentro del enorme estado de malestar de nuestra población sin acceso a la salud, un salario mínimo digno y los más elementales derechos humanos. Donde hasta los niños desvalidos son ejecutados por las sacralizadas políticas neoliberales y la corrupción de nuestros gobernantes.