Juan Pablo Cárdenas S. | Domingo 18 de febrero 2018
El director de la Revista Punto Final ha anunciado el inminente cierre de su publicación. Problemas financieros serían la causa de que se apague una publicación de más de 50 años de existencia y que ha representado con lucidez la visión del progresismo o de la izquierda en nuestro país. Un notable esfuerzo editorial valorado en todo el continente y que difundió el pensamiento de decenas de periodistas e intelectuales reclutados siempre por Manuel Cabieses, cuya solvencia, ética y destreza profesional están ya inscritos en el largo y tesonero esfuerzo del periodismo libre y digno. Con independencia y sin ataduras factuales, pero siempre comprometido con los valores de la justicia social y el entendimiento político y social que se deben nuestros pueblos.
Su próxima edición promete ser la última y con ello se suma al fatal desenlace de decenas de revistas y diarios que prevalecieron e incluso surgieron durante el régimen de Pinochet pero que la posdictadura asesinó o asfixió deliberadamente durante estos 30 años de connivencia con los uniformados golpistas, los más poderosos empresarios, los partidos políticos y gobiernos que prometieron, pero terminaron traicionado la demandada democracia.
El cierre de Punto Final es el triunfo de la ideología de quienes postulan el neoliberalismo económico, la democracia vigilada, la concentración de la riqueza y la marginalidad de millones de chilenos, muchos de los cuales son brutalmente reprimidos actualmente en La Araucanía, como también son perseguidas y desacreditadas sus organizaciones sociales, políticas y culturales. No podríamos decir que significa la derrota de quienes fueron nuevamente apabullados electoralmente por Sebastián Piñera y la derecha. Cuando de verdad los sucesores del dictador fueron cooptados por las ideas ultra reaccionarias y terminaron cediendo y abrazando los postulados de las cúpulas protegidas por la Constitución de 1980, el Tribunal Constitucional y los medios de comunicación hegemónicos. Esto es, por los oligopolios informativos que terminaron moribundos en 1990, pero que fueron revitalizados por los nuevos moradores de La Moneda. En la idea de que era preferible “encantarlos” con impunidad y publicidad estatal, antes que apoyar cualquier medio que se propusiera alentar los cambios, profundizar la democracia y terminar con las agraviantes desigualdades sociales.
Vale decir que, al igual que lo acontecido con diarios, revistas y otros medios progresistas, Punto Final sobrevivió gracias al compromiso de sus colaboradores, la fortaleza moral de su director y el apoyo recibido desde el exterior, siempre modesto y limitado. No consta que en todo este tiempo esta revista haya obtenido avisos o contribuciones personales o institucionales que se hayan propuesto colaborar, aunque sea con la “diversidad informativa”, que hoy en el mundo se asume como una condición indispensable en la formación de conciencia y ejercicio ciudadano. Especialmente en aquellos países de solidez institucional que velan por el pluralismo ideológico y en que sus gobiernos procuran accederlos a fuentes de financiamiento a objeto de que no se vulnere este “pilar democrático”. Ejemplos de ello hay muchos en Francia, Alemania y otras naciones, como también en México e, incluso, en países pequeños como Paraguay, donde observar cualquier kiosco es comprobar la existencia de diversidad y disenso. Mientras que en Chile ya casi no se distinguen los titulares entre los dos o tres diarios de un par de empresas y los de los canales de televisión abiertos. Todos los cuales son controlados por algunos pocos magnates sin interés alguno en que Chile se consolide como una democracia verdadera. Ni, menos, en que las demandas populares alcancen difusión y encauzamiento.
Es evidente que en estos años hay varios ejemplos de personas que transitaron de las posiciones más radicales de la izquierda para culminar como empresarios o referentes que han encontrado tribuna en aquellos medios que en el pasado los abominaron y hasta demandaron su purgamiento; a cambio, por cierto, de abjurar de las ideas del pasado y someterse al pensamiento hegemónico. De la misma forma en que por estos días se puede observar a varios dirigentes políticos ansiosos por vincularse con el gobierno próximo a asumir y sacudirse del incómodo pasado, cuando la verdad es que lo que ahora valoran es la herencia pinochetista. Así como hay otros jacobinos de antaño que, como al actual canciller Muñoz, se les cae por fin la careta en su obsecuente propósito de ser reconocidos por la derecha y hasta por el gobierno de Trump.
De este heraldo personaje, por cierto, no pocos periodistas tuvimos la sospecha de que era un agente o un infiltrado desde que lo observamos maniobrar en un evento convocado por Fidel Castro en La Habana. Evento continental al que concurrió desafiando los temores que ya tenía de él la “inteligencia cubana”, que siempre fue reconocida por su eficiencia.
Con la perspectiva del tiempo, hoy se entiende perfectamente que quienes negociaron la salida política chilena con el gran empresariado, las FF.AA. y los llamados poderes fácticos (con el concurso del Departamento de Estado) fueran, en realidad, muy funcionales a la jibarización informativa y a la farándula de los medios de comunicación. Ingenuamente hubo algunos esfuerzos por desarrollar algunos diarios y revistas que marcaran diferencia con los medios dilectos de la dictadura y de la conservación de su legado que igualmente culminaron desfinanciados, cerrados y desdeñados completamente por sus camaradas en La Moneda, el Poder Legislativo y, por supuesto, las cúpulas de los partidos. Alguna vez se escribirá la historia de lo que hicieron especialmente los gobiernos de Aylwin y Lagos por oponerse a su consolidación y cumplir así a las promesas que le habían hecho especialmente a Agustín Edwards, quien le debe su recuperación económica justamente a estos gobiernos. De la misma forma que Julio Ponce Lerou, quien fuera en todo caso obligado a financiar transversalmente la política para acrecentar sus negocios.
Explicaciones hay muchas ante la pérdida de una revista tan importante y solvente como Punto Final. Sin embargo, lo que más desalienta es que no exista entre aquellos “chilenos que les ha ido bien”, y siguen profesando (según dicen) las causas del progresismo, un esfuerzo por salvar a esta revista, pero también proponerse entregar recursos que alimenten la diversidad informativa. Así como lo hacen como mucha visión política poderosos empresarios del continente, entre los que se nos ocurre citar al multimillonario Carlos Slim, quien entiende que sus buenos negocios no tienen por qué correr riesgo con un régimen que respete los derechos, por ejemplo, de los trabajadores, de los pensionados, de los estudiantes y de las minorías étnicas.
Pero lo más propio es que emergentes instituciones sociales, agrupaciones políticas realmente consecuentes, sindicatos con muchos recursos y un sinfín de instituciones de Derechos Humanos, entre tantas otras, se concierten para dar aliento a una prensa independiente y liberadora como debe ser el buen periodismo. En este sentido, debemos valorar la existencia de algunas emisoras universitarias y medios electrónicos que están en la tarea de construir cotidianamente otras pautas informativas y servir de expresión de los que “no tienen voz”. Y que, desde luego, son muchos más de los que alcanzan los medios sostenidos económicamente por las empresas privadas, las transnacionales y, para vergüenza, la publicidad estatal.
Ojalá que el lamentable anuncio del director de Punto Final nos alerte y no se transforme en otro contundente despropósito político que continúe desangrando nuestra prometida democracia. Por ahora, solo honrarnos de haber formado parte de un proyecto editorial tan digno y señero que dejó sembradas las semillas de la esperanza y, también, la posibilidad de perseguir los ideales de liberación por otros medios, cuando la censura informativa y la represión cercan tan dramáticamente al país.