Por una necesaria eutanasia política

Juan Pablo Cárdenas | Lunes 7 de mayo 2018

Muchas legislaciones democráticas del mundo disponen la disolución legal de los partidos políticos cuando éstos no logran un caudal electoral mínimo. En Chile, también nuestras disposiciones se orientan al objetivo de reducir el abanico partidario, pero nuestras colectividades se han dado maña para sortear la Ley Electoral y propiciar agrupaciones en que los referentes chicos logran mantenerse vivos al cobijo de los más grandes. Es un hecho, además, que en el actual Parlamento hay diputados y senadores que muy difícilmente habrían sido elegidos si hubiesen postulado nada más que por sus propios referentes y no por esos abigarrados acuerdos cupulares convenidos entre los denominados caciques de la política.

La Democracia Cristiana, otrora el partido más populoso, en la idea del camino propio tuvo una merma en votos muy severa, debiendo lamentar la derrota de varias de sus figuras más emblemáticas. Y para colmo, empezar a desangrarse posteriormente con la renuncia masiva de militantes. Igualmente, las otras expresiones de la ex Nueva Mayoría lograron un acuerdo electoral que terminó por salvar a colectividades que hace rato debieran estar extinguidas si no fuera por la aritmética electoral implementada por los operadores políticos.

A ciencia cierta, nadie puede asegurar cuánto pesan realmente los radicales, los comunistas, socialistas y el PPD, más allá de constatar su merma electoral conjunta y, también, la desafección progresiva de sus militantes. Sobre todo ahora que no están en el Gobierno y ya no pueden ofrecerle a sus afiliados cargos y prebendas en la Administración Pública.

Desde un punto de vista ideológico estas mismas colectividades y otras ya no ofrecen peligro alguno para la derecha y los que por tanto tiempo vivieron acongojados por la posibilidad de que en Chile prosperara una revolución socialista o una dictadura del proletariado, expresiones ausentes hoy de nuestro léxico político. Por lo mismo que sería un verdadero desafío descubrir las diferencias de pensamiento entre los que se quedan o rompen con la DC, entre pepedés, socialistas y radicales. Así como señalar cuánto le queda de comunista al propio PC, aunque su Presidente haya ahora vuelto a fotografiarse con los líderes cubanos.

Incluso entre todos los nombrados, pensamos que tampoco son nítidas sus diferencias con quienes hoy gobiernan y que se autocalifican de centro derecha. Estos casi treinta años de posdictadura no han marcado diferencias sustantivas entre los moradores de La Moneda, cuando existe una Constitución de 1980 completamente sacralizada, un Tribunal Constitucional consolidado como el supremo poder del Estado y un mismo modelo socioeconómico y cultural. Esta realidad es la que ha llevado a algunos a decir que “el gobierno del socialista Ricardo Lagos fue en mejor gobierno de la derecha…”; así como otros descubren en Sebastián Piñera tendencias socializantes y simpatías con la Concertación que ciertamente les repugna.

Se pensó que con la reelección del actual Mandatario íbamos a entrar a un momento de crisis severa en los partidos para contemplar su inevitable extinción. Sin embargo, lo que es evidente es que estamos en medio de una vorágine transversal del espectro político, aunque de verdad nadie podría asegurar el fin de algunas colectividades. Ya se ve que entre quienes perdieron sus funciones en el gobierno (caso típico de Heraldo Muñoz en el PPD) se hacen denodados esfuerzos por mantener su visibilidad personal. De la misma forma en que algunos de los grandes derrotados en su carrera o repostulación al Parlamento se empeñan en controlar el timbre y la campanilla de sus moribundos partidos, y así mantener también notoriedad y cobertura en los medios de comunicación.

Lo que si se debe reconocer es la existencia de centenares de ex militantes que circulan erráticos actualmente por la política, tratando de discurrir nuevos referentes que tampoco tienen orientación ideológica alguna, salvo el resentimiento hacia sus ex colectividades. Caso típico el de los “progresistas con progreso” y otras vagas y hasta ridículas denominaciones de los oficialistas de ayer como de hoy que todavía no logran fundirse en una idea o movimiento común, al carecer incluso de un proyecto o programa de acción. Ex dirigentes pasados todos de los sesenta o setenta años que, por lo mismo, no logran concitar apoyo y confianza en las nuevas generaciones. Cuando sabemos que en nuestra historia política los partidos y agrupaciones exitosas han sido siempre impulsados y liderados por jóvenes.

Las tres expresiones partidistas que gobiernan con Piñera están bajo el abrigo de La Moneda y de los cargos que se les conceden, como en las oportunidades de negocios que un empresario como el actual Presidente les puede tributar o facilitar. Pero ya se aprecian tensiones severas entre los más conservadores o liberales en los temas llamados valóricos, como en la misma apetencia por los cargos. Aunque hay que reconocer que en éstos hay todavía mucho más identidad ideológica, social y cultural que en el resto del espectro político. Pero es fácil descubrir a un buen número de ex parlamentarios, ministros de estado y otros que también deambulan con mucho resentimiento en la búsqueda de un destino político. Lo que podría alentar dificultades en el sector, cuando el Presidente complete el nombramiento a todos sus hombres y mujeres de confianza, especialmente en relación a las embajadas que siempre resultan ser un buen premio de consuelo. Un sabroso caramelo para los ofendidos y discriminados de los primeros círculos del poder.

El mismo Frente Amplio todavía es una amalgama de partidos, movimientos, “sensibilidades” y apetitos personales que están demorando mucho en decantar. Quizás si lo más audaz o sensato sería que todas estas expresiones se “superen” (término muy usado) y pasen a formar todos partes de un solo partido para resolver cuanto antes, y democráticamente, cuántos son y cuánto pesan dentro de lo que fue un referente electoral exitoso y ciertamente bien aspectado para el futuro. Especialmente, si la Nueva Mayoría termina de atomizarse y desaparecer. Pero también se descubre en el Frente Amplio que varias de sus jóvenes figuras han heredado las ambiciones y las malas prácticas de la vieja política que criticaron antes con tanto ahínco. Al mismo tiempo, que sus diputados elegidos por arrastre y por sorpresa harán lo posible porque todo permanezca igual, para que ningún reordenamiento o nueva correlación de fuerzas amenace su próxima reelección o ascenso en su carrera política.

Por los medios de comunicación especialistas en ventilar todo este tipo de controversias nos enteramos que hay un movimiento interno tendiente a la agrupación de los más chicos, lo que podría se saludable si no supiésemos que en este proceso también operan las manos de los dos o tres caudillos máximos que buscan consolidarse y tener la mejor opción en los próximos desafíos electorales.

Cuando en el país se habla tanto de la muerte asistida de los enfermos terminales, bien bueno sería que la clase política diera el ejemplo al aplicar la eutanasia a aquellas organizaciones que no tienen mayores expectativas de vida y tanto complican el ejercicio democrático del país.

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