Juan Pablo Cárdenas | viernes 11 de mayo 2018
El profesor Ennio Vivaldi Véjar ha resultado reelegido por el cuerpo académico de la Universidad para que continúe desempeñándose como Rector de nuestro plantel en los próximos cuatro años. La actual autoridad ha obtenido un 63.5 por ciento de los sufragios, mientras que su oponente, el ex decano Patricio Aceituno, un 36.5. En los escrutinios se consignó, también, una concurrencia de más de 2 mil académicos, los que constituyen más del 57 por ciento del padrón electoral. A todas luces, un resultado que avala ampliamente su gestión.
Lo que debemos destacar a esta hora es que, tanto el vencedor como el derrotado en esta elección, hicieron una campaña digna, con altura de miras, y en la que, sin duda, se expresaron más consensos que disensos entre los dos candidatos. Aunque se trataba de postulantes diferentes, que marcaron distintos énfasis programáticos, según lo que pudimos apreciar aquí en el debate entre ambos realizado en la Sala Máster y difundido por nuestras distintas plataformas informativas.
No se trató de una competencia marcada por sus diferencias políticas, aunque las haya, sino fundamentalmente por su común vocación universitaria, en el reconocimiento compartido de que nuestro Plantel es el principal del país, además de ser el más antiguo, y todo lo que suceda aquí impacta, naturalmente, al conjunto de la Educación Superior.
Lo que más destacaron en sus campañas ambos contendores fue la necesidad de reforzar la educación pública, así como marcar el liderazgo de la Universidad de Chile en el ámbito de la instrucción e investigación del país. Asimismo, quienes concurrieron a votar lo hicieron motivados por estos mismos propósitos. Por lo mismo que, más allá de los resultados, y tal como ha sucedido otras veces, el ganador debe apreciar el mensaje de los académicos que no votaron por él, al mismo tiempo que sería muy lógico y conveniente que el mismo candidato derrotado siga vinculado de alguna forma a la gestión de la Universidad, tal como sus más destacados adherentes. Sería, ésta, una lección de tolerancia y vocación democrática tan necesaria en un país tan marcado por los resentimientos y el sectarismo.
El nuevo Rector deberá acometer la importante tarea de modificar el Estatuto Universitario especialmente en la posibilidad de consolidar mayor triestamentalidad en la conducción del plantel. Esto es que estudiantes y personal administrativo consoliden su participación y derecho a voto ponderado en las distintas instancias y, desde luego, todos los estamentos tengan participación en la elección directa o indirecta del Rector, los decanos y otras autoridades.
Leyendo los signos que arrojan las actuales tensiones y movilizaciones estudiantiles, es preciso que, urgentemente, la nueva rectoría se empeñe en consolidar la equidad entre hombres y mujeres y en arbitrar instancias ágiles de investigación respecto de las denuncias de acoso. Sin renunciar a principios tan importantes como la presunción de inocencia de los objetados y un debido proceso para determinar su culpabilidad o sobreseimiento. <además de reparar a las víctimas como a los acusados injustamente.
Es absurdo que existan escalas de sueldos diferentes entre los profesores, profesionales y administrativos según la dependencia en que trabajen, así sea cumplan las mismas funciones o muy similares. Que los profesores de las facultades “grandes” ganen más que los de las entidades rezagadas. Del mismo modo que la carrera académica de unos y otros no considere aspectos tan importantes como la maternidad y el posnatal de las mujeres, lo que sin duda las retrasa la posibilidad de alcanzar peldaños superiores en su trayectoria.
No es justo, asimismo, que haya una brecha salarial tan agraviante entre los profesores y los profesionales, técnicos y personal de colaboración. Lo que de alguna forma reproduce las enormes injusticias salariales vigentes en el país.
También el nuevo Rector y su administración deberán esforzarse por vindicar el cultivo del arte, las ciencias sociales y las comunicaciones en la Universidad de Chile, actividades completamente en desventaja en cuanto a los recursos que disponen las facultades más poderosas. Las que tienen, además, una mejor infraestructura y un claustro académico más abultado que, a no dudarlo, influye en las elecciones internas y en la forma en que se distribuyen los recursos generales de la Universidad.
Es indiscutible, por cierto, que el nuevo Rector deberá confrontarse con una serie de autoridades políticas que no reconocen debidamente el deber del Estado en la educación y hasta propician, todavía, la legitimidad del lucro entre los sostenedores de universidades y otros establecimientos educacionales. En este sentido, la Universidad de Chile ha acumulado inquietantes déficits económicos que debiera obligar a los gobernantes a otorgarle mayores aportes basales a los centros del Estado.
Hay que reconocerlo: pese a las leyes de transparencia, la verdad es que también existen zonas oscuras en la administración de algunas facultades, institutos y centros que explican sobresueldos y otras realidades que se deben superar si la Universidad quiere jugar un papel activo en las denuncias como en las soluciones en los temas de corrupción y falta de probidad en nuestras instituciones republicanas.