Juan Pablo Cárdenas S. | Miércoles 23 de mayo 2018
Antes de que se llevaran a cabo las elecciones presidenciales venezolanas, Sebastián Piñera y otros jefes de estado ya tenían previsto descalificar este proceso según lo instruido por la Casa Blanca a través de diversos medios. Tutelados como están ahora por Donald Trump, era lo que todos teníamos previsto, más allá de los resultados de estos comicios, donde la ventaja de Nicolás Maduro sobre los dos opositores que le compitieron resultó, finalmente, muy contundente. Por cierto, muy difícil de objetar, además, de acuerdo al sistema electoral de este país y que ha sido reconocido como uno der los más modernos, transparentes e inexpugnables del mundo.
Es increíble que los análisis que hacen los enemigos del régimen de Maduro no tengan en consideración el fracaso de las expresiones opositoras a éste, cuando en muchos años de franco lloriqueo internacional y convocatorias sediciosas no han sido capaces de converger en una única expresión político electoral que les dé posibilidad de ganar las elecciones, a las cuales con insistencia han sido convocados. Esta dispersión opositora, como los magros resultados obtenidos por los dos candidatos que sí se atrevieron a competir, nos indican que los altos niveles de abstención de este proceso en ningún caso pueden ser atribuidos a la resistencia disidente. Es posible que muchos chavistas, inconformes con el curso del proceso político, hayan decidido abstenerse, también, pero sin ninguna intención de endosarle apoyo a las expresiones más reaccionarias del país.
La argumentación más falaz que se hace para desacreditar la elección de Nicolás Maduro es justamente este alto nivel de abstencionismo (52 por ciento), cifra que en todo caso es menor a la de otros varios países del mundo y de nuestra Región. En los que debemos incluir, por supuesto, a Chile, donde alcanzamos hace poco un 58 por ciento, pese a lo cual los elegidos celebraran sin remilgos sus escuálidos votos. Porque en comparación al padrón electoral, no sumaron más de un 26.5 por ciento de apoyo ciudadano, como fue el caso de la reciente elección de Piñera. Esto es, varios puntos por debajo de la que acaba de sumar Maduro (31.7).
No es que nos guste que los pueblos se manifiesten desganados frente a los procesos electorales. Venezuela misma fue capaz de convocar al 80 por ciento de los electores al inicio de la revolución chavista, pero los votos de Maduro son porcentualmente muchos más que los obtenidos por mandatarios que hoy se atreven a lanzar piedras fratricidas, pese a sus escuálidos resultados. Como es el caso del mandatario colombiano, con un 23.7 por ciento de apoyo efectivo, o el propio Donald Trump, con solo un 27 .3. Cuando se sabe, además, que éste totalizó menos votos individuales que su contrincante Hillary Clinton, pero resultara de todas maneras elegido mediante el extraño sistema electoral que rige en Estados Unidos.
Curiosamente, a los mandatarios chilenos y a otros ni se les ocurre deslegitimar, por ejemplo, los comicios presidenciales mexicanos, donde no existe el mecanismo de la segunda vuelta electoral y los presidentes electos son proclamados corrientemente con mucho menos del 50 por ciento de los votos emitidos, como con una abstención histórica de más de la mitad del electorado. Pero no sería extraño que el próximo mes muchos duden ahora de la victoria casi segura de Andrés Manuel López Obrador, tratándose de que es un candidato de izquierda que rompería con la monotonía del PRI y la derecha en el gobierno de esta nación. Tampoco nuestros moradores de La Moneda y de otros gobiernos latinoamericanos se atrevieron a levantar su dedo acusador frente a las denuncias de fraude en cada jornada electoral, y que llevara al propio Vargas Llosa a calificar al régimen mexicano como una dictadura “perfecta”.
Ciertamente que a la luz de todo esto podría legislarse en nuestros países la conveniencia de un piso porcentual mínimo de electores para reconocer el triunfo de sus mandatarios y parlamentarios. Aunque mucho nos tememos que la baja representatividad de las clases políticas no logre por mucho tiempo más convocar a sufragar a sus ciudadanos. Una reforma así, al menos debería exigir varios días de proceso electoral y la posibilidad de ejercer efectivamente el voto en las zonas más apartadas y mediante sistemas expeditos que no obstaculicen el sufragio de tantos habitantes, ni siquiera en condiciones de viajar hacia los centros de votación.
Pero mientras ello no ocurra, los Piñera, los Santos, los Macri y otros se disparan a los pies con estas críticas tan oportunistas y serviles conforme a los deseos de Trump, el gobernante más desacreditado de la Tierra, tanto por el origen de su nominación, como por su ejercicio. Ni qué hablar de otros mandatarios que, curiosamente, reciben todavía lisonjas de Piñera y otros colegas, como el presidente de Brasil, de quien se discute si tiene un dos o un 2.5 por ciento de apoyo y que, para colmo, permanece en el gobierno sin siquiera haber sido electo democráticamente.
Lamentable nos parece que al son de La Moneda y de los medios de comunicación más hegemónicos en un país de tan precaria diversidad informativa como el nuestro, existan políticos autodenominados de izquierda que se suman a la censura orquestada en contra del régimen de Maduro. Con desparpajo en su ignorancia y oportunismo, por supuesto, y a la espera de recibir dádivas, pasajes aéreos y loas del Departamento de Estado. Además, por supuesto, recursos para el financiamiento irregular de sus referentes políticos, que ahora provienen de las grandes empresas internacionales temerosas de que nuestros países le pongan atajo a su enseñoramiento, afán de usura y abusos.