La absurda definición de un domicilio político

Juan Pablo Cárdenas S. | Lunes 29 de enero 2018

Lo que uno comprueba en todo el mundo es que hay partidos políticos y referentes que son de izquierda o de derecha. Muy pocas veces hay expresiones que se autodefinen como de centro o equidistantes entre unos y otros lo que realmente son o debieran ser y parecer.

En términos generales, se asume que los derechistas con los conservadores, lo que quieren preservar el orden establecido y se muestran renuentes a los cambios. La diferencia que podría haber en éstos se produce entre quienes quieren que nada cambie, pero dentro de las reglas del juego democrático o los que para perpetuar lo existente son capaces de alentar golpes de estado. Es decir, el camino que prácticamente siguió toda la derecha nacional al alentar la asonada militar de 1973 y apoyar el régimen dictatorial por 17 años.

El apelativo de izquierdistas se les da a los que quieren promover transformaciones, especialmente las económico sociales. Los que quieren remover el orden instituido y alentar la acción del pueblo en la búsqueda de sus objetivos. Son los que abominan del capitalismo y la concentración de la riqueza; los que quieren el establecimiento del socialismo y una sociedad más igualitaria. Entre éstos, por cierto, existen los que buscan ganar apoyo popular por la vía democrática y los que piensan que las revoluciones es muy poco probable que se hagan de forma pacífica, sin imponer la fuerza de las armas o de las vanguardias movilizadas.

Los que se autodefinen como centristas en todas partes son los sectores híbridos y oportunistas, que buscan “flotar” en todas las circunstancias y siempre se encuentran prestos a administrar las crisis o las transiciones cuando se confrontan las derechas y las izquierdas. Socialdemócratas y socialcristianos en Europa y en América Latina nunca han querido asumirse como de centro, aunque a la hora de hacer gobierno, pese a sus enormes contribuciones, frecuentemente terminan favoreciendo las posiciones de derecha, como sometiéndose a los poderes hegemónicos mundiales. Como justamente terminó ocurriendo durante la “guerra fría” con la Democracia Cristiana alemana o el Partido Socialista Obrero Español.

No es raro, en este sentido, que socialcristianos y socialistas hayan conformado alianza para sostener al gobierno de Ángela Merkel, y que el COPEI o Democracia Cristiana venezolana haya sido fagocitada por las expresiones de izquierda que fraguaron la revolución chavista. Es larga la lista de otros países en que el centro o los referentes de siglas eufemísticas han terminado por sucumbir completamente.

Si hay algo absurdo, hipócrita o ingenuo en Chile es el empeño de nuestros partidos por encontrar un “domicilio político” en lo que se llama la centro izquierda o la centro derecha. No olvidemos que en el pasado hubo una colectividad que hasta llegó a definirse como de centro “centro”, pero que tuvo muy corta vida en nuestra realidad electoral. Contrasta este empeño con lo que ocurrió en la génesis de nuestras añosas colectividades, cuando comunistas y socialistas surgieron con claras discrepancias, pero ambos se consideraban de izquierda y no temías, incluso, ser tildados de revolucionarios. O cuando la Democracia Cristiana llegaba a la vida política perfilándose como una alternativa a ambas expresiones, pero celosa de ser considerada también una expresión de izquierda. Como que después llegó a proponer una “revolución en libertad”, al mismo tiempo de comprometerse con profundas transformaciones como la reforma agraria y la chilenización de nuestro cobre. De la misma forma en que todos éstos procuraron enrolarse en el antiimperialismo en boga.

En la última contienda entre Alessandri, Allende y Tomic (1970), hubo muchos que consideraron el programa del demócrata cristiano tan de avanzada o más que el del candidato del FRAP que ganó para ser derrocado a los mil días de gobierno. Asimismo, no nos acordamos que el candidato de la derecha se arropara con las vestimentas de la “centro derecha”; sin complejos, fue el abanderado de “orden” (establecido), de la defensa del modelo económico vigente y de los empresarios del país y de la llamada “clase media”. Otro concepto sociológico que nadie sabría precisar exactamente, ni tampoco reconocer sus límites, salvo si se reconoce en nuestro pueblo la falsa pretensión de ser parte de esta categoría social, en el complejo se asumirse como explotados o explotadores; como trabajadores o patrones.

Cuando hoy Sebastián Piñera afirma que será un presidente de centro derecha, lo que necesariamente debe reconocer es que representa a la derecha tradicional como también a la ultraderecha que todavía muestra afinidad y devoción con el ex Dictador. En el ánimo, además, de capturar a aquellos demócrata cristianos que se vienen fugando de las posiciones más vanguardistas y que en la hora ya más bien postrera de su vida se han tornado en conservadores y seducidos por el régimen neoliberal imperante.

De esta forma, también, es que las otrora expresiones de izquierda manifiestan su complejo de ser identificadas por experiencias revolucionarias que se estiman fracasadas en el mundo, pese a los innegables avances que realizaron en materia de justicia social y promoción de aquellos sectores que parecían condenados a la marginalidad y el atraso. Acusando, además, el golpe y el trauma sufridos en materia de represión por los regímenes promovidos por la derecha.

El complejo, en este sentido, los ha llevado a buscar afanosamente la integración con la Democracia Cristiana, por ejemplo, pese a los sinsabores de esta relación durante el gobierno de Michelle Bachelet y, antes, al desdén de los partidos concertacionistas. De la misma forma en que comunistas y socialistas han consentido, también, en alianzas con el PPD, un referente que tiene de todo entre sus militantes, puesto que nació como un partido meramente instrumental y no ideológico. Y entre los que se pueden apreciar a los que fueron partidarios de aplicar una retroexcavadora para remover los cimientos del orden heredado de la Dictadura y personajes como Ricardo Lagos que de nuestras fronteras hacia el exterior se asumen de izquierda, pero dentro del país son especialmente reconocidos y valorados por la derecha.

En la inminencia de un gobierno renuente a los cambios, entonces, en que se servirá inequívocamente a la Constitución y al régimen económico todavía vigente, sería conveniente que el vanguardismo chileno, que todavía reconoce identidad con la Nueva Mayoría o, ahora, con el Frente Amplio, asuman sin inhibiciones su condición de izquierdistas. Y que la Democracia Cristiana y otros referentes que oscilan entre la derecha y la izquierda consideren el nombre original de sus colectividades y se dejen de buscar domicilio político en el oficialismo que viene o en la oposición a éste. Para gobernar y para competir electoralmente puede ser propicio formar alianzas, pero por ahora estamos en un buen momento para que todos muestren su verdadera identidad y exhiban sus rostros ante la ciudadanía.

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