El diputado Urrutia, Pamela Jiles y la impunidad

Juan Pablo Cárdenas | Lunes 23 de abril 2018

Soy de aquellos chilenos que quedamos más bien frustrados con la débil reprimenda de la diputada Pamela Jiles a su colega Ignacio Urrutia por insultar tan gravemente a los ex presos políticos y torturados de la Dictadura. De los que lamentamos que no lo haya escupido y cacheteado además de encararlo con esas palmaditas que observamos por televisión. Al mismo tiempo de sorprendernos por la pasibilidad de aquellos jóvenes parlamentarios que prefirieron retirarse del hemiciclo y del edificio del Congreso dejando pasar este enorme agravio. Que ciertamente no es el primero, y seguramente no será el último, de un delincuente con cuello, corbata y fuero parlamentario.

Sin embargo, con el correr de las horas hemos llegado a la conclusión que las insolentes expresiones de Urrutia más bien debemos valorarlas por su franqueza.  Cuando estamos tan seguros de que lo que dijo representa el pensamiento de la amplia mayoría de los legisladores y partidarios de la derecha. Mal que mal, este incidente se produjo al saberse que el gobierno de Sebastián Piñera retiraba de la discusión legislativa el proyecto que se proponía indemnizar a quienes estuvieron encarcelados por su pensamiento político y/o sufrieron vejámenes físicos y sicológicos de manos de los agentes de la DINA o la CNI. Delitos completamente acreditados por múltiples testigos y testimonios, como sancionados, en muchos casos, por los propios Tribunales. Además de estar comprobados y ser repudiados mundialmente por las diversas organizaciones de Derechos Humanos.

Es algo realmente muy curioso. Mientras el mundo y la amplia mayoría de los chilenos saben que los terroristas en nuestro país son efectivamente los que ordenaron y acometieron la represión dictatorial, sujetos como Urrutia sostienen que estos represores actuaron como verdaderos héroes al derrocar al gobierno constituido democráticamente y salvar a nuestro país del marxismo. Un enfoque, desde luego, muy caprichoso, a la luz del esclarecimiento tan pleno que se ha hecho de los crímenes cometidos por la dictadura cívico militar en 17 años de interdicción ciudadana.

Los improperios del diputado Urrutia en la sala de la Cámara de Diputados tienen explicación, por supuesto, en la plena libertad e impunidad otorgada por la Posdictadura a apologistas y asesinos tan deleznables por no haberlos siquiera juzgados como cómplices y encubridores de una operación criminal que derribó a un régimen democrático, bombardeó la sede del Gobierno y cometió un magnicidio como el de Allende. Por el hecho de haber tolerado que el mismo Tirano y varios de sus secuaces hayan ocupado posteriormente escaños en el Poder Legislativo, al tiempo de proteger y entrar en connivencia con quienes se apoderaron de las empresas del Estado y hoy fungen como afamados empresarios del país. Asaltantes que hasta hoy se dan el lujo de tener cautiva y sobornada a la política, obteniendo leyes que les otorguen todavía más concesiones y privilegios, gracias a un sistema institucional completamente sometido a su hegemonía. Favorecidos, además, con aquella nefasta política del aylwinismo de “hacer justicia solo en la medida de lo posible”.

Tal como ocurriera, por lo demás, cuando los nuevos gobernantes salieron al rescate de Pinochet en Europa para evitar que fuera juzgado por un Tribunal internacional. Para otorgarle, más encima, la posibilidad de morir en su casa y recibir honores militares al momento de sus exequias, alteradas solo por aquel histórico escupitajo lanzado a su féretro. Todo un cuadro de bochornosas peculiaridades que alemanes e italianos, por ejemplo, no logran entender después de lo que fue el desenlace del fascismo, del nazismo y de sus máximos líderes. De aquellos regímenes e ideologías que inspiraran, por cierto, la asonada militar de 1973 y siguen dándole sustento intelectual a la derecha y los partidos que la representan en el Congreso Nacional.

Los bochornosos improperios de Urrutia tienen causa, también, en las promesas incumplidas por los gobiernos de la Concertación y de la Nueva Mayoría, en cuanto a establecer justicia y reparación a las víctimas del cobarde y prolongado ejercicio del terrorismo de estado. Especialmente, en la insólita actitud de la ex jefa del gobierno, cuando le prometiera a una víctima tan emblemática, como Carmen Gloria Quintana, que antes de dejar La Moneda cerraría la cárcel de lujo de Punta Peuco, donde todavía se cobijan los más tenebrosos asesinos del país.  Así como también podemos explicarnos este dislate verbal de Urrutia en la decisión de la misma Presidenta de dejar para última hora la iniciativa de indemnizar a los ex presos y torturados. Endosándole a su sucesor de derecha resolver al respecto; es decir, poniéndole en bandeja a Sebastián Piñera la posibilidad de darle un verdadero portazo a quienes solicitaban una mínima reparación paro quienes tanto padecieron.

Qué tontos, sin embargo, nos parecen los que desde el Ejecutivo decidieron retirar este proyecto, en vez de haber consentido con una indemnización discreta para cerrar una de nuestras más importantes heridas abiertas en el país. Sin embargo, prefirieron negarse a esta posibilidad alegando hipócritamente falta de recursos fiscales para financiar esta reparación. Mientras se sabe cómo, por decisión del gobierno de la Bachelet, se indemniza sin remilgos a los empresarios madereros y transportistas cuyas pertenencias son quemadas o destruidas en la Araucanía. Cuando el país contempla, también, el fraude más contundente al Fisco cometido por la oficialidad de Carabineros, o al momento de descubrirse las millonarias pensiones pactadas entre gallos y medianoche a favor de los jubilados de Gendarmería. Operaciones forjadas o toleradas ciertamente por La Moneda.

Imaginamos que, en su airada, aunque insuficiente, reacción, Pamela Jiles también obró acicateada por todos los despropósitos cometidos por los que le han dado “afrecho a los cerdos” durante estas tres últimas décadas. Largos años que, como se sabe, todavía no nos conducen a una democracia seria, como al ejercicio de una plena soberanía popular. Porque de haberse cumplido lo que se prometió, jamás podrían haber formado parte de nuestras cámaras legislativas y de otras entidades republicanas los Urrutia y otros que, como él, cada día se manifiestan más desafiantes y desbocados.

Y que un día cualquiera ya no van a recibir solo las palmaditas de una joven parlamentaria, ni las funas estudiantiles, sino las acciones que realmente se merecen en función de nuestra dignidad nacional, y como una forma de mitigar la impunidad pactada por el pinochetismo y sus sucesores en La Moneda. Los que finalmente fueron seducidos por la herencia institucional y política del Dictador.

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