NACIÓN Y PATRIA COMÚN

Juan Pablo Cárdenas S.

 

Historiadores, sociólogos, cientistas políticos y otros especialistas  nunca se han puesto de acuerdo respecto del concepto  “nación”. Algunos enfatizan que ésta debe estar constituida por quienes tienen un mismo idioma, asumen valores semejantes o viven en un mismo territorio. Sin embargo, hoy sabemos que se consideran parte de una nación individuos que habitan en distintas latitudes y que no todos los que comparten un territorio se sienten integrando una nación. Es cosa de observar lo sucedido con los judíos, los kurdos y los pueblos originarios que prefieren reconocerse a miles de kilómetros de distancia antes que adoptar la nacionalidad hegemónica. Así como hay países  (Suiza, por ejemplo) en que sus poblaciones hablan hasta en cuatro lenguas distintas.

Parece ser que Ortega y Gasset  fue certero al asegurar que los integrantes de una nación son los que hacen suyo un común proyecto o destino. En buena forma, el llamado “sueño de Bolívar” habría asumido este propósito cuando  llamó a los diversos pueblos hispanoamericanos  a formar una patria común en el camino que había que recorrer juntos. Aspiración que hasta hoy no prospera en el Continente, donde seguimos tensionados, incluso, por los más miopes nacionalismos y resquemores históricos.

Cuando las izquierdas del continente propician nuestra hermandad regional  e invitan a superar nuestras fronteras políticas, no solo están invocando a la gesta común de nuestros libertadores, sino propiciando un destino colectivo en la cooperación y maximización de nuestras enormes potencialidades. Además de proponerse restringir al mínimo nuestros insensatos y agraviantes presupuestos militares a fin de reorientarlos a superar nuestras graves inequidades,  erradicar  la pobreza y relacionarnos conjuntamente con el mundo. Al mismo tiempo que hacer  frente a las abusivas empresas transnacionales empoderadas sobre nuestros recursos naturales y consolidar un enorme y hasta autosuficiente mercado común.

En la diversidad cultural, con profundas asimetrías socioeconómicas, así como en el fresco recuerdo de sus horrendas  guerras, Europa pudo consolidar un mercado y un parlamento común, junto con un solo pasaporte y hasta un sistema integrado de defensa. Con más razón nuestros países podrían mancomunarse si no fuera por la obtusa acción de nuestros patrioterismos, el desdén de las castas militares a toda forma de integración y los bien aceitados engranajes de los intereses foráneos que digitan a nuestros políticos.

Por el contrario, al interior de nuestros países se puede apreciar el disenso que reina en nuestras poblaciones y que muchas veces propicia o explica tantas formas de segregación. La falta de identidad que existe, por ejemplo,  entre los propios chilenos;  divididos, como estamos, por las abismales diferencias  en el ingreso, por el desprecio a nuestros pueblos originarios y la arrogante postura de los sectores dominantes que llegan a oponerse, incluso, a una educación y un sistema de salud más igualitarios. Contrarios a aceptar hasta las gráciles reformas propiciadas por la actual Mandataria, acosada como está por la radicalidad política que alienta nuestro sistema desigual, con una Constitución y un régimen económico y social apenas retocado en los 25 años de posdictadura.

En el reconocimiento de nuestro destino común, es decir,  del orteguiano ingrediente del concepto nación, es que hay tantos que prefieren  sobreponer su  identidad latinoamericana a la nacionalidad chilena,  boliviana o  peruana, abominando de los insensatos litigios que ventilamos ante la Corte Internacional de la Haya. Escandalizados, asimismo, de que por un pedazo de territorio de tres hectáreas, nuestras cancillerías y gobiernos se muestren los dientes y desestimen las enormes oportunidades que ganaríamos  si  nos abriésemos a una frontera común para la explotación  de nuestros recursos naturales y energéticos del Desierto. Donde las que ejercer soberanía efectiva son  aquellas empresas foráneas que capturan nuestro cobre, exterminan la fauna marina y hasta optan por ideas tan desatinadas  como llevar electricidad desde la Patagonia al Norte. Antes que proponerse compartir nuestros abundantes y limpios recursos que la naturaleza dispone en beneficio fraterno.

Compartir con: